Sofía 08:12 – 06:12 ZULU
Calle Dragovitsa 14,
Sofía
Su esposa, con la boca abierta en un grito sordo, intentando
alcanzarle. Una ráfaga de disparos. ¡Por amor de Dios! ¿Eso es una bomba de
racimo? Metralla, coches agujereados, un perro agonizando sobre la acera.
Correr, el hombre armado. “¡Galvech”, le gritaba. El coche acelerando. Le miró.
El disparo. Oscuridad. Los agentes, interrogándole. Una buena comida, descanso.
Y entonces las alarmas, los ecos de las sirenas. Después la explosión, el
fuego, el calor. La sordera, un pitido penetrante, incansable, continuo.
Todor Galvech gimió sordamente, revolviéndose entre las
sabanas. Las esposas atadas a los quitamiedos metálicos de la cama tintinearon
con un sonido extrañamente agradable para toda esa situación. El repiqueteo,
desentonando, llamó la atención de una de las enfermeras, que se acercó al
paciente y comprobó sus constantes por medio de los monitores.
Una vez se aseguró de que no había peligro y de que el
hombre estaba cercano a despertarse, pulsó el botón de la cama que hacia
ascender la mitad superior, dejándole recostado.
- Señor Galvech – dijo suavemente, con tono melodioso.
La voz le llegó a Todor distorsionada, desagradable como
unas uñas arañando una pizarra. Un relámpago de luz y dolor se cruzó en sus
ojos antes de abrirlos. Parpadeó, tratando de ver más allá de las gruesas gotas
de sudor que le caían de la frente. Trató de pasar la manga por los ojos, pero
no podía. Desorientado y mareado como si estuviese borracho, miró sus brazos,
dando otro tirón a las esposas. Comprendió que no podría soltarse y tuvo que
conformarse con enjuagarse los ojos contra la almohada.
Respiró hondo y se preparó para afrontar lo que quiera que
le esperase.
Recorrió lentamente la estancia con una mirada sorprendida.
- ¿Dónde estoy? – preguntó finalmente.
Su boca estaba tan seca que las palabras parecían cuchillas
afiladas. Desgarraron su garganta al pasar por ella. Todor tosió, con un gesto
de dolor. La mujer le acercó un vaso de agua y lo sostuvo frente a él para que
pudiese beber. No terminó de aliviarle, pero era lo que el cuerpo le pedía.
Cuando acabó de beber, la enfermera respondió.
- Se encuentra en el Hospital Vita, señor Galvech.
Lo primero que el pobre Todor pensó fue en lo caro que era
ese hospital, en lo mal que llevaban las cuentas desde que hacienda les
perseguía con falsas acusaciones y le habían expulsado de la universidad. Todo
ello medidas gubernamentales de presión.
- ¿Cuánto va a costarme esto? – se atrevió a preguntar.
La enfermera le miró primero sorprendida, pero luego sonrió,
pensando que probablemente estaba en shock.
- Su cama está pagada, señor Galvech, no se preocupe usted
por eso – le tranquilizó.
Todor miró hacia ella. Tenía razón, no tenía de qué
preocuparse, algo le decía que así era, una certeza de origen desconocido. Sin
embargo, su mente estaba pastosa y tratar de indagar en sus recuerdos era tan
difícil como nadar en un mar de petróleo. Había pasado algo, algo importante
que no podía recordar. Le sacudió la inquietud.
- ¿Pero qué ha pasado? – preguntó nervioso - ¿Qué hago aquí?
¿Quién me ha traído? ¿Dónde está mi mujer? ¿Por qué me atan a la cama?
Tironeó una vez más de las esposas, como evidenciando las
motivaciones de sus preguntas. Su desconcierto estaba perfectamente
justificado. Exigía una respuesta.
La enfermera volvió a sonreírle con calidez.
- No ocurre nada, en seguida vendrá alguien a hablar con
usted y le explicará toda la situación. Cálmese. Yo le aviso de que se ha
despertado usted.
Todor la vio marcharse, siguiendo el movimiento de su
cuerpo. Sonrió un poco, con picardía. Luego pensó en su esposa. No la vería.
Sabía que no estaba allí. De hecho, las posibilidades de no volver a verla eran
muchas. ¿De dónde provenía esa convicción? No acertaba a saberlo, pero le hizo
sentirse aún más inquieto.
¿Qué razones había para esposarle a la cama? ¿Había cometido
algún delito? ¿El gobierno se había vuelto definitivamente loco y había
atentado contra él? No, no era posible. No era posible porque… él ya estaba
colaborando con ellos. Sí, y había logrado que funcionase, pero no se lo había
comunicado. ¿Se habían enterado? Había algo más, un muro en su mente que no
podía atravesar.
- ¿Señor Galvech? – preguntó una voz suave y sibilina.
Entonces el muro se vino abajo y Todor recordó, en un
abrumador segundo, todo lo ocurrido. El asalto en su casa, los agentes de
inteligencia que le retuvieron, su esposa secuestrada, el incendio en aquel
pequeño hospital interno que tenían. Cerró los ojos con fuerza, tratando de
apaciguar el vértigo que sorpresivamente le había asaltado.
- Tranquilo, señor Galvech. Está en un lugar seguro – le
tranquilizó el vigilante.
- ¿Qué hace aquí? – ladró Todor, mirándole con los ojos
repentinamente cargados de furia -. ¿Qué quiere de mí?
- Tenemos que protegerle, señor Galvech – fue la respuesta,
cargada de un insoportable tono de condescendencia.
- ¡Tendrían que estar buscando a mi esposa! – gritó Todor.
Alguien en la habitación contigua pidió silencio
chistándole; después de todo se encontraban en un hospital. Galvech tironeó de
las esposas con suficiente fuerza como para que el metálico sonido no fuera
apaciguador como antes, sino más bien brusco y amenazador.
- ¡Suélteme! ¿Qué derecho tiene a retenerme?
- Pensamos que Dimov y los otros asaltantes podrían volver a
suponer un riesgo para su vida. Nuestra obligación moral es protegerle, señor
Galvech.
- ¡No me hable de obligaciones morales! – gritó Todor,
intentando soltarse de nuevo -. Ustedes no tienen escrúpulos en absoluto. ¡No
he cometido ningún delito y no tienen derecho a retenerme! ¡Esto es un
secuestro! ¡Libérenme de inmediato o…!
- ¿O qué? – le interrumpió bruscamente el vigilante. Su voz
ya no tenía nada de conciliadora y la sonrisa dibujada en su cara escondía una
rabia mordiente -. ¿Qué cree que puede hacernos, señor Galvech?
Sus ojos centelleaban, amenazadores, lo suficiente como para
hacer consciente a Todor de que estaba herido, sólo, esposado y desamparado por
la justicia. El vigilante sacó una jeringuilla e inyectó algo en su suero.
Luego se inclinó sobre la cama, dejando de sonreír. Todor se mantuvo en
silencio, pero notó como el corazón se le volvía pequeño en el pecho, que
parecía soportar una presión invisible procedente de la temible calma y seguridad
en su posición que desprendía aquel hombre. Supo, sin necesidad de que nadie se
lo dijera, que el hombre que se inclinaba sobre él había matado antes, muchas
veces.
- Es usted una fuente de problemas, Galvech. Su negativa a
colaborar con el buen desarrollo de su país es francamente reprochable. Tampoco
su salida del ejército fue muy regular y creo que su hermano está metido en
algunos… uhmm… problemas que dudo que quiera que le salpiquen. Es cierto que
dicen que es un genio, pero eso no hace sino empeorar su situación, porque le
convierte en alguien más peligroso. Ahora bien – pasó la mano sobre él,
agarrándose también al otro quitamiedos. Se movía como una serpiente que se
acerca a una presa con curiosidad – todo esto a mí no me importa en absoluto.
No, de verdad. No me importa. Mi trabajo es atrapar al renegado de Dimov. Por
mí, como si pone una bomba en el Grand Hotel Sofía. No tengo ni que comentarle
lo poco que me importa su vida o la de su esposa. ¿Verdad? – volvió a sonreír,
desconcertantemente cordial. Su amabilidad fingida era aún más perturbadora que
una amenaza directa -. Así que vamos a procurar llevarnos bien. ¿Le parece?
Porque tiene todas las de perder, querido amigo Galvech.
Todor le miró a los ojos mientras se retiraba un poco y
volvía a adquirir una pose informal. Jamás había conocido a un hombre así. De
hecho, jamás había pensado que hombres como él fueran más que personajes de
ficción en mentes retorcidas. Había estado en el ejército y había conocido a
algunos locos, asesinos y violentos entre un mar de idiotas, pero aquel hombre
era muy diferente.
No le tenía miedo, pero tampoco era estúpido. Le iban a
utilizar de cebo, y Dimov sólo vendría a por él si seguía vivo, ya fuera porque
le quería muerto y ya no le interesaría si lo estaba, o bien porque le
necesitaba vivo y en sus manos. El vigilante no le mataría. Sin embargo, pensó
en su esposa y temió por ella. Se preguntó dónde y cómo estaría.
- ¿Saben algo de Lina? – preguntó finalmente.
- No, pero trabajamos en ello – su tono volvía ser tan
melodioso que confundía a Todor, el cual miró por la ventana de la habitación y
sintió cómo le invadía el sueño.
El vigilante de menor grado llegó mientras aún estaba
cerrando los ojos.
- ¿Cuándo se lo diremos? – preguntó a su superior.
- Aún no. Es mejor que no lo sepa todavía, así será más
manejable.
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