Sofía 08:32
– 06:32 ZULU
Apartamento
de los Tumánova, Sofía
Plamen Dimov miró los
últimos minutos de la noticia. Su brazo había quedado pendido en el costado,
inerte, y el pedazo cortante de cerámica que llevaba en la mano se le había
escurrido de entre los dedos. Yevgueni había dejado de reírse y ahora miraba
hacia el techo con aspecto de estar muy concentrado en Dios sabe qué. Piotr
parecía absorto aún, mirando la pantalla del televisor sin verla.
La lluvia aún
repiqueteaba fuera contra un refuerzo de chapa cercano. Plamen parpadeó, irguió
los hombros y repasó mentalmente el código de actuación en esta situación,
prevista pero improbable.
Más que probablemente,
el agente Tumánova no tendría conocimiento de la instalación subterránea que
habían construido tres años atrás como cuartel provisional en caso de desastre.
Esto podía beneficiarle.
Dimov se adelantó,
saliendo a la vista de los dos hermanos sin que ellos cayeran en la cuenta de
que le habían dejado bien atado en el suelo. Apagó la televisión, que fundió la
pantalla a negro con un pitido sordo, y se encaró a Piotr.
– Muy bien, necesito
que me contestes a unas cuantas preguntas.
Piotr le miró,
parpadeando, pero Yevgueni estuvo más despierto esta vez.
– ¡Eh! Tú eras nuestro
prisionero, no eres de fiar. ¿Por qué íbamos a hacerte caso ahora, eh?
– Díselo tú, agente
Piotr Tumánova – dijo Dimov, sin apartar la mirada de sus ojos ni un instante.
– En nuestras
circunstancias actuales… –comenzó a responder– no tenemos forma de encontrar la
nueva sede. Tampoco estoy en conocimiento del lugar de asilo de otros agentes.
Tengo acceso a un par de pisos francos, pero he pasado varias veces por ellos y
siempre estaban vacíos.
– ¿No tienes alguien a
quien llamar o algo así? – preguntó Yevgueni.
– No, no debía ponerme
en contacto con ellos. Eran ellos lo que en todo caso debían contactar conmigo.
– Vaya mierda de
organización – resopló su hermano.
– Son medidas de
seguridad, Yev – Piotr se frotó los ojos, cansado.
– Pues te dejan en la
estacada.
– Las misiones son
prioritarias, no los agentes.
Hubo silencio durante
unos minutos, luego Piotr tomó otra vez la palabra.
– Supongo que tú sí
conoces el procedimiento actual –Plamen asintió en silencio–. De acuerdo, en
ese caso pregunta, agente Dimov.
–¿Hay posibilidades de
que la Fuerza Roja, a donde estabas destinado, os busque?
–No tienen razones para
pensar que estamos vivos. Después de la explosión de la bomba, sería lógico
pensar que morimos con el resto de nuestros compañeros – contestó Piotr.
Poco a poco, su mente
se iba despejando, recuperando los conocimientos y retomando la actitud que le
fueron inculcados durante su largo entrenamiento. Los métodos y el modo de
pensamiento fueron desempolvándose en su cabeza, haciendo que recordara no ya
los datos sino la manera de procesarlos y encararlos.
– ¿Serás capaz de
controlar a tu hermano en una situación crítica? –preguntó Plamen sin
contemplaciones.
Piotr sabía que si
respondía negativamente, el agente Dimov se desharía de Yevgueni más pronto que
tarde. Un lastre así no podía acarrearse en una situación tan delicada como en
la que se encontraban.
–Sin problemas –mintió
sin inmutarse.
–¿Estás seguro?
–Aunque no sea un agente,
ha recibido entrenamiento paramilitar. Está acostumbrado a la tensión y el
peligro por las misiones. No se derrumbará.
–¿Y la disciplina? –preguntó
Dimov.
Piotr se volvió hacia
su hermano, echándole un rápido vistazo. Aunque nunca había sido demasiado
obediente, y dado el estado alterado en el que se encontraba aún peor, no podía
decirle eso a su compañero agente.
–Responderá ante mí.
–¿Y ante mí?
–No –Piotr se volvió
para mirarle, con intensidad–. Pero responderá ante mí, y yo ante ti, mientras garantices nuestra seguridad –dijo, remarcando ese “nuestra” para que quedase
claro que, de pasarle algo a Yevgueni, rompería la cadena de mando.
De todas formas, se
preguntaba que quería Dimov de ellos. Después de todo, las posibilidades de
huir de la agencia él sólo eran esas casa, pero si además tenía que cargar con
ellos resultaría imposible. Sus ideas se sacudieron para darle una nueva
perspectiva. La única razón para que Dimov les uniera a sí sería porque
necesitase un equipo. Si necesitaba un equipo, tenía que tener algún plan en
mente. ¿Acaso pretendía hacer algo en contra de la agencia? Si llegaba a ser
así, Piotr no se lo permitiría. No porque tuviese un especial cariño a la I.A.B.,
sino porque sabía que era un suicidio.
Fuera volvió a llover
con fuerza, haciendo que un manto de agua ocultase el exterior. A pesar de
ello, Yev se acercó tambaleándose hacia la ventana. Apoyó la cabeza contra el
cristal frío que, en contraste con su frente caliente, hizo que le recorriese
un escalofrío.
Mientras su hermano y
ese hombre –al que no conocía más que de haber sido golpeado y electrocutado
por él– hablaban de cosas que no comprendía, se sintió como un juguete roto,
una marioneta que de repente había descubierto que unos hilos le movían,
marcando sus pasos, conduciéndole por un camino que hasta entonces él pensaba
que había elegido por decisiones propias.
Se preguntó hasta qué
punto su hermano había influido en ello, hasta que punto le había manipulado.
¿Y si sus superiores hubieran llegado a ordenar la destrucción de la Fuerza
Roja? ¿Qué habría hecho su hermano mayor con él en ese caso?
Cerró los puños sin
hallar una respuesta clara. Entre la neblina provocada por las drogas, que le
impedía ver las cosas con claridad, igual que la cortina de agua entorpecía la
visión de la calle, sintió que su hermano le había traicionado, y se preguntó
si no debería hacer él mismo.
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