viernes, 13 de septiembre de 2013
50 folios de Datos_complementarios.doc
La última declaración de la renta, cartas de despido de trabajos anteriores, contratos de alquiler o de compraventa de la casa, balance de cuentas del Registro Mercantil y extractos de movimientos bancarios de los últimos seis meses. Se trata solo una parte de la documentación que debe presentar cualquier candidato a agente del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), el servicio de inteligencia español, según el documento Instrucciones que le es entregado y al que ha tenido acceso Tiempo. No es lo más duro: también tienen que rellenar un cuestionario en formato electrónico, denominado Datos complementarios.doc, en el que deben hablar de sus familiares, amigos, tendencias sexuales, antiguos novios...
El chico se presentó hace dos años a las pruebas de acceso. Un amigo las había realizado el año anterior y le había animado a enviar su currículum a la página web del servicio de inteligencia: www.cni.es. Carecía de título universitario y su amigo también. Pero eso no era problema. La Casa, como denominan coloquialmente al CNI, ofrece permanentemente puestos en todos los niveles para la gente que quiera desarrollar su vida en el servicio. Aceptan titulados universitarios, diplomados, bachilleres, graduados escolares e incluso personas con solo certificado de escolaridad.
El joven sin estudios superiores optaba a un puesto del Grupo C y tras rellenar su currículum no tardó mucho tiempo en ser llamado para que se presentara en un centro de enseñanza privado situado en el barrio de Salamanca, de Madrid. Allí le sometieron a una serie de pruebas teóricas sobre su especialidad, como las que le podrían haber hecho en cualquier oposición civil.
No pasaron muchas semanas antes de que este veinteañero despierto recibiera la llamada a su móvil de un reclutador que le invitó a participar en una segunda prueba en un edificio cercano a un bingo, situado en la calle Príncipe de Vergara, también en el centro de la capital. Antes de entrar tuvieron que pasar por un detector de metales y dejar sus pertenencias en un casillero. Allí, desde las ocho de la mañana y hasta la seis de la tarde, con un descanso para comer un bocadillo en un bar cercano, junto a muchos otros candidatos, tuvo que responder a más de 700 preguntas de un enrevesado test psicotécnico y escribir redacciones sobre su vida.
Nuevamente tuvieron que pasar varias semanas antes de que recibiera otra llamada del mismo reclutador, que a su nombre siempre anteponía la palabra “señor”. Antes de ese ejercicio, junto a otros tres candidatos, le hicieron firmar un cuaderno de hojas en el que se le especificaba que, ateniéndose a la ley 11/2002 –reguladora del Centro Nacional de Inteligencia- y a otras leyes –previsiblemente la de secretos oficiales- debía guardar silencio a partir de ese momento sobre el contenido del proceso de selección si no quería que le denunciaran por violación de la ley. Además, le especificaron que no podía comentar con nadie, incluidos sus familiares más allegados, el contenido de las pruebas y de todo lo que le pidieran. El joven se sintió desconcertado, pero su entusiasmo por trabajar en el servicio secreto le animó a seguir –esta es la razón por la que no ha accedido a desvelar su nombre-.
Inmediatamente después, le entregaron un CD que incluía el documento de Word llamado Datos complementarios, que debía rellenar en solitario en su casa. Aunque en el documento especificaba que debía enviarlo a un apartado de correos, posteriormente le llamarían para que lo entregara en persona.
Todo lujo de detalles.
La verdadera sorpresa le llegó cuando leyó ese documento. Tenía que especificar con todo lujo de detalles la contestación a un sinfín de preguntas de más de 50 folios: el nombre de todos sus familiares y amigos, incluyendo a ser posible sus números del carné de identidad, sus teléfonos y los nombres de sus parejas; su tendencia sexual, sus antiguas relaciones y el motivo de la ruptura; si bebía, mucho o poco; si se había drogado alguna vez...
Al mismo tiempo, le pidieron, además del DNI y carné de conducir, el Libro de Familia (“fotocopiar las páginas en las que figuren datos familiares y miembros de la familia”), el informe de vida laboral expedido por la Seguridad Social y la última declaración de Hacienda, así como las tres últimas nóminas. También le pidieron las cartas de despido de los trabajos anteriores; los contratos de alquiler, de compraventa o las escrituras y la nota simple del domicilio habitual o segundas residencias; y el balance de cuentas expedido por el Registro Mercantil en el caso de formar parte de sociedades de cualquier tipo. La última solicitud fue la que más le sorprendió: “Extractos de movimientos de los seis últimos meses de los productos de los que es titular en las entidades bancarias con las que trabaja. Si hubiese cargos de tarjetas de crédito, extracto de los pagos”.
Preocupado por la necesidad de desnudar su vida ante unos extraños que no sabía para qué utilizarían todos sus datos, pero convencido de que era la única forma de entrar en el CNI, rellenó todos los datos, pidió copias de cada uno de los documentos requeridos y los entregó en una reunión posterior.
Pasó más de un mes hasta que le volvieron a llamar, un mes en el que cada vez que se encontraba con una llamada perdida en su móvil se maldecía a sí mismo pensando que le habrían llamado del CNI y quizás no volvieran a hacerlo. En esta ocasión, le citaron en la sede central, en la carretera que va desde Madrid a La Coruña.
Allí, una mujer le recibió en una sala que mentalmente identificó como de interrogatorios. Con un trato normal, le fue preguntando poco a poco por los detalles más complicados y difíciles, no solo de su vida, sino de la de las personas que más quería. Durante toda la mañana vio desfilar por esa sala todos los problemas que había declarado por escrito en Datos complementarios.doc y algunos otros que no había mencionado. En ese momento fue consciente de que alguien había investigado sus antecedentes personales y familiares hasta dejarle desposeído de toda intimidad. En varios momentos estuvo a punto de llorar y gritar, pero se contuvo.
El joven recibió unos meses después una carta, procedente de un apartado de correos, en la que bajo un sello del Ministerio de Defensa le notificaban que no había sido admitido. Decepcionado y nervioso, se preguntó qué harían con todos los datos que tenían de su vida y que él les había entregado. No podía mostrar ninguna queja, pues había firmado no desvelar nada de lo que le había sucedido. Pero se sintió mal: muchos como él habían desnudado su vida al CNI a cambio de un puesto que nunca obtuvieron.
Oficiales de inteligencia.
El reclutamiento de los universitarios, destinados a ser oficiales de inteligencia, el nivel más alto de entre todos los existentes en el servicio, es el más complicado para los candidatos y para la Dirección de Recursos Humanos del CNI. Suele durar cerca de un año y se realizan dos ciclos anualmente, el primero se inicia en septiembre y el segundo en enero. Como premio, si se consigue el objetivo de ser oficial de inteligencia del nivel A, habrá a medio plazo un sueldo anual de 40.000 euros.
Una chica que se presentó a los exámenes estudió una carrera de letras y habla inglés y francés. Envió su currículum en una carta y un agente en activo la recomendó, gracias a que era amigo de sus padres. Las relaciones de amistad con personal de la Casa son una ventaja considerable para cualquier candidato, pues ayudan a garantizar su limpieza.
La primera prueba tuvo lugar en la sala de conferencias del CNI. Tuvo un carácter masivo. Las materias teóricas que formaron parte del cuestionario fueron de cultura general, con incidencia en el Derecho, la economía y las relaciones internacionales. Como no estaba sobre aviso de lo que le podrían preguntar, había materias que la chica controlaba y otras que contestó en virtud del conocimiento adquirido en los medios de comunicación. Estar al día de los temas de actualidad, algo básico para cualquier analista de inteligencia, ayuda bastante.
Un mes después, le llamó un reclutador –“señor...”- felicitándola por haber pasado el primer examen y convocándola para el segundo, en un piso de la calle Menéndez Pelayo de Madrid, que ya era utilizado por el Seced, antes de la creación del Cesid en 1977 (antecedentes ambos del CNI), como sede de la contrainteligencia. Un grupo más reducido de opositores tuvo que hacer frente a una prueba bien distinta: cientos de preguntas en forma de test formaban un ejercicio psicotécnico, integrado por preguntas extrañas que buscaban contradicciones y perseguían analizar su psicología.
Otra vez, un mes después, el mismo reclutador la telefoneó para convocarla a una tercera prueba. La avisó de que habría un examen sobre el contenido de la Constitución, por lo que le recomendó que se la estudiara detalladamente. También le pidió que acudiera a la reunión con una serie de documentos similares a los ya referidos La chica también se quedó sorprendida, aunque el amigo de sus padres ya la había advertido que le pedirían las cosas más extrañas referidas a su vida.
Al llegar al piso de Menéndez Pelayo, se encontró con que ese día los candidatos convocados eran muy pocos. Su reclutador le entregó un documento de varias hojas, que le pidió que leyera detenidamente y que firmara si estaba de acuerdo. La chica rubricó con su firma su voluntad de aceptar a partir de ese momento que todo el proceso de selección estaba regido por la ley de secretos oficiales y por las normas legales del CNI, por lo que no podía comentar su contenido con nadie. “Y nadie es nadie”, le especificaron.
Entusiasmada por lo que consideraba el primer paso para conseguir su meta, la chica realizó la prueba escrita sobre la Constitución y después le pidieron que esperara para mantener una entrevista personal. Una mujer de algo más de 30 años la recibió en un despacho y le preguntó por numerosos detalles de su vida, aunque de una manera genérica. Tuvo que contestar dónde había trabajado, si tenía novio, a qué se dedicaban y qué ideología política tenían sus familiares, detalles sobre sus estudios y sobre la universidad en la que los había cursado. También revisaron conjuntamente los documentos que había presentado. Al salir a la calle, se fue a dar un paseo por el Retiro para desintoxicarse de la tensión que había padecido y entonces se dio cuenta de algo que en el momento le había pasado desapercibido: tenía la certeza de que habían grabado íntegramente la entrevista.
Examen de idiomas.
Nuevamente tuvo que pasar un periodo de algo más de un mes para que la convocaran a la siguiente prueba. Un mes lleno de tensión, pues la chica no tenía trabajo y había puesto todas sus ilusiones en poder convertirse en agente secreto. El siguiente examen fue de idiomas. Primero de inglés y luego de francés. Durante algo más de media hora se reunió con varias personas con las que estuvo demostrando su dominio de estas lenguas.
Tras el paréntesis obligado, la convocaron a un curso de una semana que se celebraría en la calle Príncipe de Vergara, el mismo local al que acudió también el chico que pretendía entrar en el Grupo C. Allí, de 8 de la mañana a 10 de la noche, en tres grupos de unos 25 candidatos cada uno, se les sometió a todo tipo de ejercicios para valorar sus capacidades. Lo primero que hicieron fue salir al encerado y presentarse delante de la clase y de los cuatro agentes de la Dirección de Recursos Humanos, que, sentados en la última fila, tomaban nota de todo lo que decían y hacían. Cuando todos acabaron de hablar, les plantearon el primer ejercicio: debían redactar todo lo que habían visto cuando estaban hablando en el encerado. Al acabar el día, les entregaron a cada uno un libro distinto sobre teoría política, como los fundamentos del islamismo, que debían leerse y del que les examinarían después.
Tras el paréntesis rutinario de un mes, fue citada para una reunión en la sede central del CNI. Allí, una mujer la entrevistó durante tantas horas que le parecieron una eternidad: quiénes habían sido sus novios, por qué habían roto y hasta dónde llegó con ellos; si había participado en orgías y si le haría ascos a participar si supiera que nadie se iba a enterar; si bebía diariamente, cuánto y cuántas veces se había emborrachado; si se drogaba o se había fumado algún porro; si había mantenido relaciones homosexuales y si le importaría hacer un trío. Siguió el consejo que le habían dado de no mentir, pero no estaba segura de sus respuestas a cuestiones que nunca se había planteado.
Buscando contradicciones.
Ya empezaba a pensar que no había pasado la prueba cuando el reclutador volvió a telefonearla. Tenía que acudir a la sede del CNI para una nueva entrevista. La pesadilla fue similar a la ocasión anterior. Nuevamente las mismas preguntas, pero formuladas buscando la contradicción en las respuestas. Se sintió fatal y salió convencida de que no la aceptarían. La carta anunciándole que no era admitida terminó de quemar las ilusiones que le quedaban. El amigo de sus padres se limitó a decir: “Es que los de reclutamiento son muy raros”.
En el CNI piensan que en el reclutamiento es muy importante poder probar la honestidad de los candidatos, que lleven una vida ordenada y carezcan de vulnerabilidades. Además, niegan que las alusiones al tema sexual sean tan trascendentales como se cuenta.
El propio servicio de inteligencia reconoce que “el proceso de selección de candidatos es diferente según el puesto de trabajo que se desee cubrir. En general, se suele realizar mediante test psicotécnicos y de personalidad, entrevistas, pruebas de idiomas y, en su caso, pruebas profesionales o técnicas que permiten evaluar la formación, experiencia y conocimientos del candidato”.
Finalmente, señalan que “con independencia de todas las cualidades morales, intelectuales y profesionales señaladas, existe un factor determinante que es comprobado por el Centro antes del ingreso de cualquier candidato: la seguridad. Esta exigencia ha de entenderse en su sentido más amplio de discreción, reserva y carencia de vulnerabilidades”. Los dos candidatos que han hablado para Tiempo saben de sobra cuál es la forma del CNI de conseguir esa “carencia de vulnerabilidades” en los potenciales candidatos a espía.
Fuente: Tiempo
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