Sofía 22:47 – 20:47 ZULU
Parque del zar Osvobodi
Piotr y Yevgueni Tumánova pasaron frente al monumento
erigido en memoria de los soldados del ejército rojo. Las figuras medio
agachadas parecían estar internándose en territorio enemigo sigilosamente.
Ninguno de los dos hermanos conocía la historia de aquel monumento, ahora
adornado con graffitis. Tampoco les interesaba una mierda, a decir verdad. Ni
tenían tiempo para pensar en ello.
Yevgueni había dejado de sangrar por la nariz, y su hermano
le había hecho un arreglo que tendría que servir. Aun así, la cara roja e
hinchada no pasaba desapercibida, pero parecía mimetizarse con el entorno. El
barrio en decadencia estaba plagado de gente que se dedicaba a pelear, a veces
por simple diversión, otras veces por apuestas, en ocasiones para ajustar
cuentas y a menudo sin motivo aparente.
El hogar de los Tumánova no estaba lejos, a penas a cuatro
manzanas de allí. A pesar de ello, Piotr tuvo que repetirle tres veces a su
hermano que dejase de gimotear, que pronto llegarían a casa y le proporcionaría
un chute de morfina.
El apartamento era un antro, un lugar insalubre que formaba
parte de un piso más grande, deliberadamente dividido para poder cobrar varios
alquileres. No era extraño que se fuera la luz o el agua fuese cortada por un
par de días, pero Piotr agradeció que esta no fuese una de esas muchas
ocasiones. Sobretodo porque su hermano no paraba de quejarse. Más que la nariz,
lo sabía bien, lo que tenía herido era el orgullo.
Yevgueni no tardó en hacerse con su prometida dosis por
cuenta propia. Piotr le miró con gesto pensativo. Sabía que el dolor no era lo
único que le motiva a drogarse. Podría
culpar de la adicción a la presión que soportaban, pero lo cierto es que su hermano
siempre había sido demasiado influenciable, y aquel barrio era un ambiente
peligroso para una persona de tal carácter. Se preguntó qué pensarían sus
compañeros del movimiento si llegasen a enterarse de su pequeño secreto, que
tanto se esforzaba en ocultar.
Piotr tampoco se abstuvo de dedicarse a su propio vicio, así
que sacó del armarito una botella entera de Vodka y no se molestó en coger un
vaso, sino que bebió directamente de ella. Cuando se había echado al suelo,
antes de que la bomba estallase, su mandíbula había chasqueado contra la acera.
Notaba un diente suelto y el alcohol le quemaba la boca, especialmente en ese
punto. Pero no le importaba.
Ambos quedaron abstraídos, cada cual inmerso en su propia
droga.
- Piotr – dijo repentinamente Yevgueni, con voz cansina y el
cuerpo desmadejado en el viejo sofá.
- ¿Mmm? – su hermano no se molestó en usar una palabra
inteligible.
- ¿No estás cansado de esto?
- ¿Cansado de qué?
- Del movimiento. De los saludos a la bandera al amanecer.
De esta mierda de tugurio. De todo, hermano.
Piotr se dio la vuelta y le miró. Quizás le estaba poniendo
a prueba. Llevaba tiempo esperando que algún compañero le preguntase algo así, pero
no había esperado que fuese su propio hermano. Por otro lado, quizás la morfina
le estuviese soltando la lengua. Si sus palabras eran sinceras, quería
apoyarle, quería que dejase aquella locura en la que ambos se habían visto
inmersos por su culpa; pero si no era así, si sólo quería asegurarse de la
lealtad que profesaba hacia las Fuerzas Rojas, mentirle podría ser un suicidio.
¿Sería capaz su hermano de matarle? ¿O, lo que es lo mismo,
delatarle a sus superiores?
¿Y él? ¿Sería capaz de arriesgar su pellejo para intentar
sacar a su hermano del movimiento?
Aún estaba decidiéndose cuando la luz se fue.
- Joder. Lo que te decía: Una puta mierda de cuartucho – Yevgueni
le dio una patada a la mesa baja que tenía frente a sí, y los platos de los últimos
tres días tintinearon chocando entre ellos. Una taza de cerámica cayó al suelo
y se rompió en pedazos.
- La hostia, Yev. De puta madre, hermano – se quejó Piotr.
- Yo lo recojo – refunfuñó Yevgueni, haciendo un esfuerzo
por incorporarse.
- No, déjalo. Capaz eres de cortarte.
Piotr se levantó a ciegas y cogió la pequeña linterna del
cajón. Era una linterna con dinamo, y tuvo que hacer girar la manecilla durante
un par de minutos antes de encenderla. La luz que daba era insuficiente, pero
no tenían otra cosa. Fue hasta la cocina.
- ¿Dónde mierdas está la escoba?
- ¡La saqué al balcón!
- ¿Y por qué cojones la sacaste al balcón? – gritó Piotr,
malhumorado.
Aun así, fue a la pequeña terraza, donde apenas cabía él de
pie.
Lo primero que oyó fue el chirrido de la puerta, pero pensó
que, como siempre, la corriente la habría abierto. Seguramente se habían
olvidado de echar los cinco cerrojos que la mantenían en su sitio. Sin embargo,
sus años de adiestramiento y una especie de actitud que acompañaba siempre a
los que se dedicaban a lo que él, le hizo quedarse quieto y guardar silencio,
apagando la linterna. Prestó oído y el silencio le dijo más que cualquier
sonido que pudiese haber escuchado. Algo ocurría, algo que no podía ver ni oír,
pero que sentía nítidamente.
Luego escuchó la maldición que profirió su hermano, una
maldición que podía hacer sido causada por cualquier cosa sin importancia, pero
por el tono de miedo y rabia Piotr supo que iba más allá de una nimiedad. A pesar
de su inquietud, dejó suavemente la escoba, sin hacer ruido, y con el mismo
sigilo se acercó a la puerta de la minúscula cocina, escuchando de camino el
forcejeo.
Yevgueni no estaba en condiciones de presentar batalla por
lo que Dimov no tuvo problemas para reducirle. Para cuando el agente había
llegado hasta el pequeño de los Tumánova, éste apenas había tenido tiempo de
levantarse, sintiendo sus movimientos ralentizados por la morfina. Luego Dimov
le golpeó en la cara, limpiamente, agravando de un plumazo la nariz rota que
tanto le había costado arreglar a Piotr.
Una vez había caído a plomo en el sofá, Dimov había sacado
el taser y, aunque Yevgueni había luchado por defenderse, el agente había
logrado con cierta facilidad darle una descarga eléctrica. Piotr, desde la
puerta, vio sus espasmos a la luz azul e irregular de los chispazos. No sabía
si Dimov era consciente de su presencia en la casa así que, con una calma
envidiable, sacó la pistola y le apuntó.
La oscuridad y los movimientos espasmódicos de su hermano no
le daban ninguna seguridad, tenía miedo de herirle a él en lugar de acertar al
agente. Y como si Dios le hubiese escuchado, aunque Piotr era ateo, la luz
regresó. Sin embargo, esa luz delató su posición, arrojando una sombra que
perfilaba perfectamente su silueta sujetando el arma, por lo que resultó más un
inconveniente que una ayuda. Por un momento, Piotr se preguntó si de verdad
había sido un acto divino de castigo por su ateísmo.
- Yo que tú no lo haría, Tumánova – advirtió Dimov -. Te
prometo que mi último movimiento será para apretar más fuerte este gatillo. La
presión necesaria no es mucha, te lo aseguro. ¿Y sabes qué pasará entonces?
- Que la descarga será letal – respondió casi mecánicamente Piotr.
- Correcto. Ahora no lo es, pero te aseguro que si permanece
así un minuto más, le matará. Así que dime: ¿Vas a dejar esa pistola en el suelo?
- ¿Y luego qué? ¿Nos llevarás al cuartel de inteligencia? ¿A
seguridad nacional? – siguió mirando a Yev, que continuaba con sus convulsiones
agónicas.
- No estoy… de servicio – respondió enigmáticamente Dimov.
Luego le apremió -. No le queda mucho tiempo a tu hermano. ¿Qué va a ser?
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