Sofía 08:12 – 06:12 ZULU
Mansión
Marinov, afueras de Sofía
La
mansión se extendía más allá de la colina, invadiendo el valle. No hacía mucho,
ciervos y zorros invadían eventualmente aquella zona, pero la afición por la
caza de Blagoy había acabado con estos animales en varios kilómetros a la redonda.
Sus cabezas o sus cuerpos disecados adornaban las paredes de lo que al cazador
le gustaba llamar “la sala de trofeos”. No había allí únicamente piezas
animales. A Blagoy le gustaba conservar también algunos galardones especiales.
Aunque
jamás se había hecho uno, le fascinaban los tatuajes, de modo que cuando alguna
de sus victimas tenía uno, le hacía arrancar la piel para curtirla y guardarla
en uno de sus libros de recuerdos. Dependiendo de lo colaborativa que se
mostrara la víctima en cuestión, lo hacía antes o después de matarla. En un
armario al fondo de la sala de trofeos había escondidos cinco gruesos tomos.
Por
supuesto, esto era algo que la señora Galvech no podía saber mientras se
debatía con las cuerdas que le despellejaban las muñecas. Se encontraba sentada
en una silla de madera. Una silla hermosa, lujosa un tiempo atrás, inapropiada -
desde el punto de vista de cualquiera con buen gusto - para retener a alguien
contra su voluntad.
La pierna
le ardía por dentro, a pesar de que sus captores se habían molestado en
entablillarla. Cuando se cansó de forcejear, dejó caer la cabeza sobre el
pecho, jadeando. Su pelo bajaba lánguidamente hacia delante, sucio y
desprovisto de su habitual brillo. Un sollozo acudió a su garganta, pero no
dejó que saliera. No pensaba darles esa satisfacción.
No podía
dejar de recordar a su pobre vecino, muerto a tiros como un perro rabioso.
Verle desplomarse había sido terrible y, aunque había vuelto la vista para no contemplar
cómo le remataban, recordaba aún el sonido reverberante del disparo contra las
paredes del patio interior de su casa, que anteriormente sólo había recibido
los balonazos ocasionales de alguno de los niños que en él jugaban. Así había
sido su barrio, tranquilo, un lugar donde formar una familia… o eso creía
recordar, porque le parecía que había sido así hacía mucho tiempo, una
eternidad, antes de que esta locura empezase.
Su
estómago se retorció un poco. Llevaba casi 24 horas sin ingerir alimentos ni
agua. No era hambre aún lo que sentía, lo sabía bien porque había conocido el
hambre de niña, pero no quería volver a reencontrarse con esa dolorosa
sensación de vacío y debilidad.
Maldijo
en silencio y pensó en su marido. En primer lugar se preguntó si se encontraría
bien o si esta gente que la retenía le habría atrapado también; después,
despotrico mentalmente contra él por haber inventado, aún por accidente, el
maldito “Impulso”.
Las puertas
se abrieron minutos después y la señora Galvech pudo ver a una mujer acercarse
a ella. Era esbelta y llevaba un vestido largo color celeste. Sus tacones eran
altos, estilizando su figura y aumentando su altura. La conocía, por supuesto,
dado que ella era la elegante jefa de los burdos secuestradores que se la
habían llevado de su hogar.
La miró
desafiante.
- Buenos
días, señora Galvech – saludó la agente del SIS.
-
Váyase al infierno – recibió por respuesta. No esperaba menos.
Filipa
se acercó con naturalidad a uno de los armaritos bajos, de donde sacó una botella
de agua que los criados habían refrescado antes de meter en aquella sala a la
señora Galvech. Sirvió un vaso de agua y se lo acercó a la mujer maniatada a
los labios; ésta se planteó si debía beber, pero tenía demasiada sed como para
mostrarse altanera, así que bebió.
-
Intentemos llevar esto de una forma civilizada, señora Galvech.
- Un
poco tarde para eso. ¿No cree? – respondió la mujer, irguiéndose en la silla.
Como no hubo respuesta, retomó la palabra - ¿Dónde está mi marido?
- No
con nosotros, lo cual constituye un problema serio para su seguridad, señora
Galvech. ¿Conoce el trabajo de su marido?
- Claro
que lo conozco. De hecho, no nos han permitido olvidarlo.
-
¿Cuánto sabe acerca del artefacto llamado “Impulso”? – siguió preguntando
Filipa, dejando el vaso vacío apoyado en una mesita cercana. Los ojos artificiales
de un zorro disecado miraban el cristal con avidez.
- Más
de lo que quisiera saber – respondió la señora Galvech con amargura -. Todor
nunca quiso esto, nunca. Él buscaba una forma de reproducir la fotosíntesis
mediante el uso de química.
-
Anulando los factores biológicos – puntualizó Filipa.
- Era
necesario. Ese era el objetivo del experimento. Dada la velocidad a la que
estamos destruyendo la flora en el planeta pronto necesitaremos formas
mecánicas de crear oxígeno. La idea era hacerlo sin desprender residuos.
Filipa
movió con desdén la mano con la que sostenía el cigarrillo que acababa de
encenderse. Todo aquello no le interesaba.
- Pero
algo salió mal – condujo la conversación a la parte que le importaba.
- Sí,
el aparato se recalentó y explosionó. Todor estuvo en el hospital tres días,
con graves quemaduras eléctricas. Investigamos…
-
¿Juntos? – preguntó Filipa.
- Sí,
juntos. Investigamos lo ocurrido. Supongo que la mano del hombre no puede
emular algo tan complejo de la naturaleza sin estropearlo todo. El dispositivo
tenía un defecto; aunque era capaz de llevar a cabo el objetivo con el que
había sido diseñado, había un efecto secundario. Los electrodos, durante el
cambio molecular, se despren…
Filipa
la interrumpió.
- La
versión simplificada, por favor. Ya entrará en detalles con alguien más
adecuado.
A la
señora Galvech no le gustó cómo sonaba aquello, pero mientras les fuera útil,
no la matarían. Estaba claro que ellos no tenían problema alguno en cometer
asesinatos indiscriminados.
- El
artefacto creaba una descarga eléctrica potente e incontrolable. Fue entonces
cuando el gobierno se interesó por el proyecto. Al principio vinieron a
negociar, pero Todor no quería tener nada que ver con ellos. Empezaron a
mostrarse más hostiles, nos acusaban de traición a la patria, nos amenazaron
con la expulsión de Bulgaria. Pero mi marido no cedió, quería presentar los
resultados del proyecto de forma global. Así que el estado intervino el
laboratorio, nos quitó todos nuestros documentos, nuestra investigación – la señora
Galvech cerró los puños, indignada al recordar todo el trabajo perdido -. Pero
no consiguieron nada.
- ¿Por
qué? – preguntó Filipa, rematando el cigarrillo aún mediado.
-
Porque no fue algo previsto, las consecuencias no estaban reflejadas en las hipótesis.
Podían reproducir el experimento, pero no lograban estabilizarlo, que era lo
que les interesaba.
- ¿Por
qué no usarlo como estaba? Podría ser un arma.
La
señora Galvech negó con la cabeza.
- No.
Hay materiales volátiles y artefactos mucho más baratos de construir con una
potencia destructiva considerablemente mayor. Pero crear una energía sostenible
salida de la nada, con un caudal de electricidad controlado y continuo, es una
ventaja digna de aprovechar. Imagine transportes,
militares o no, que pueden desplazarse de continuo sin necesidad de parar a repostar;
ciudades enteras con electricidad sostenida por un coste de único pago inicial
ridículo en comparación con el continuo gasto en carburantes y mucho más potente
que las energías renovables; un aparato minúsculo que crea por sí mismo, con un
mínimo de luz solar y aire, suficiente energía como para mantener todos los
dispositivos electrónicos habituales: móviles, portátiles, relojes, coches eléctricos,
todo. A gran escala, podrían hacer a un país independiente de las necesidades
energéticas que le ligan a otros países sometiéndolo.
- No
suena suficiente como para toda una trama de esta magnitud – dijo Blagoy,
entrando en la estancia con un vaso de Brandy en la mano.
-
Tenéis unas miras muy cortas – respondió la señora Galvech, mirándole con
desprecio -. Se podría dar la vuelta a la economía mundial con “Impulso”. Y el
país que consiguiera manejarlo, construirlo y aprovecharlo, si lo hace de forma
única o al menos en primer lugar, tendría una ventaja inigualable sobre el
resto.
- Y por
eso nosotros estamos aquí – concluyó Filipa -. Pero ha dicho que su marido,
señora Galvech, había sido apartado de la investigación.
- Lo
fue – respondió ella, molesta aún -. Pero el gobierno le recuperó mediante
coacciones. Le obligaron a trabajar con ellos, encaminando el proyecto hacia
donde les interesaba. Y consiguió lo que querían, pero aún no se lo había dicho
a nadie. Quería exponer su descubrimiento al mundo al completo, de modo que
fuera un avance para la humanidad, no un motivo de enfrentamientos, guerras y
ostentación de poder entre naciones.
- Si
todos los países conocieran la forma de crear sus propios “impulsos”, las
ventajas no serían tan grandes – dedujo Blagoy.
- Programó
un mensaje desde Internet, desde la Dark Web.
- ¿El
qué? – preguntó Bagoy, desconcertado.
- El
Internet Profundo. Nosotros también estamos por allí, por eso nos informaron de
esto – a veces, Filipa se preguntaba cómo Blagoy había llegado a ser el jefe
del departamento de Bulgaria.
- ¿Qué
decía el mensaje? – preguntó su superior, mirando a la señora Galvech.
- Que
mañana, mediada la tarde, expondría los datos para que fueran expuestos. Si
simplemente los hubiera difundido no hubiera ocurrido nada de esto…
- Me
estoy cansando de tanta cháchara – dijo de pronto Blagoy, bebiendo de un trago
lo que le quedaba de Brandy -. Empecemos a romperle huesos a esta puta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario