Sofía 12:45 – 10:45 ZULU
Frente al hogar de Todor Galvech, Lozenets
Su movimiento fue rápido y preciso, practicado y realizado
en multitud de ocasiones. Cada vez que lo hacía, recordaba las palabras de su
instructor en la academia: “Sin miedo, Dimov, maldita sea. Si le rompes el
brazo que vaya a la jodida enfermería”. El sonido de la voz tan conocida en su
cabeza se extinguió ahogada por el ruido atronador del disparo. Para entonces,
Dimov ya había golpeado el antebrazo de su oponente con el suyo propio al dar
media vuelta, desviando la trayectoria del cañón. La bala se quedó clavada en
la pared y el agente, aún en plena pelea, se recordó que luego tendría que
recogerla.
Mientras tomaba nota mental de ello, agarró con la mano
izquierda la muñeca del brazo armado de su oponente, retorciéndola, para de
inmediato golpearle con su codo derecho en la cara. Sintió el tabique nasal
hundirse bajo el golpe y cómo su asaltante perdía las fuerzas, aflojando la
mano. La pistola cayó al suelo. El hombre también, sacudiendo la cabeza y salpicando
la cercana pared de gotas de sangre.
Dimov sacó su arma, que ya tenía puesto el silenciador, para
terminar la ejecución, pero una lengua chasqueó llamando su atención. El agente
miró al recién llegado, también armado como los tres acompañantes que se
colocaban a su espalda. El recién llegado miró al de la nariz rota y sonrió con
cierta burla.
- ¿Qué te ha pasado, hermanito?
- ¡Este cabrón me ha roto la nariz, me la ha roto! – escupió
sangre al suelo, furioso. El dolor hacía que se le anegasen los ojos, lo que le
enfurecía aún más.
- Así estás más guapo – replicó su hermano mayor -. Vamos,
levanta, joder… Y tú quietecito – dijo a Dimov – que ahora hablaremos.
Por muchas leyendas que se le atribuyesen al IAB, no habían
inventado aún nada capaz de desviar tres balas directas a la cabeza, así que
Dimov bajó el cañón del arma, sin soltarla, permitiendo que ese desdichado
volviese a nacer. Esperaba que hubiese aprendido la lección, aunque
probablemente no fuese así. Estaba seguro de que volverían a encontrarse… si es
que no moría en los próximos diez minutos.
Se preguntó si los miembros de vigilancia de agentes de la
IAB estarían observando ahora mismo, y también cómo podían atenerse a su
política de no intervención y dormir tranquilos por las noches.
En ese mismo momento, como si alguien le hubiese escuchado
y, avergonzado, hubiese decidido actuar, se escuchó un intenso zumbido. Dimov
lo reconociéndolo y se echó al suelo de inmediato. El que parecía al mando de
los asaltantes se percató de ello, agarró a su hermano de la capucha que le
colgaba a la espalda y tiró de él, obligándole a caer al suelo consigo.
Lo siguiente que se escuchó fue una especie de crujido, y
después la onda expansiva del estallido, arrastrando la metralla. Los trozos de
metal atravesaron los cuerpos de todos los que estaban en su radio de acción,
sin hacer distinciones: Civiles, asaltantes y hasta un par de perros callejeros
que tuvieron la mala suerte de pasar por allí en ese momento. Del grupo de
hombres armados, sólo los dos hermanos y Dimov, que se habían puesto cuerpo a
tierra, seguían con vida para cuando el zumbido se apagó.
- ¿Pero quién cojones sois? – preguntó el hermano mayor
entre blasfemias.
- No han sido los míos – contestó Dimov.
El hombre se levantó, apuntándole. Dimov también apuntaba al
tipo.
- Es hora de marcharnos – dijo levantando a su hermano, que
parecía seguir confuso tras la explosión.
Pero no pudieron irse. Una ráfaga que parecía provenir de un
rifle de asalto por poco les vuela la cabeza. Se echaron tras un coche. Los
cristales estaban hechos añicos, esparcidos por el suelo donde cayeron. El
agente oyó la hosca voz del hombre maldecir de nuevo.
Calculó el ángulo de
tiro y se aseguró de estar a cubierto por el edificio antes de levantarse.
Asomó la cabeza sólo un instante, y al momento una lluvia de balas levantaba la
esquina por donde se había mostrado. “Las cosas están siendo demasiado
escandalosas” pensó Dimov, “a los jefes no les gustará esto”.
Había llegado a divisar tres furgonetas, dos de ellas que
acababan de llegar, puesto que estaban intactas. Había al menos cinco rifles de
asalto siendo disparados en esos momentos. Decidió rodear el edificio.
Avanzó aguzando el oído. Era poco probable que se produjese
una nueva explosión, teniendo en cuenta que ellos estaban allí, pero era una
suposición un tanto arriesgada dado que no tenía la menor idea de quiénes eran.
De todas formas, puso cuidado en cada uno de sus pasos. No podía tomarse tanto
tiempo como le hubiera gustado, pero giró en la siguiente manzana. Aún se
estaba produciendo un tiroteo, Dimov supuso que entre los hermanos y los nuevos
asaltantes. Giró la esquina con la pistola por delante.
Un hombre menudo y vestido con ropas anchas le pasó al lado,
corriendo, lanzando un pequeño grito grosero y acelerando el sprint cuando vio
el arma. El grito alertó a los tiradores y de nuevo tuvo que ocultarse Dimov
tras la pared. Maldijo al civil. Tardó aún unos segundos en darse cuenta de que
se trataba de su objetivo. Maldijo de nuevo.
- ¡Galvech! – salió a la carrera tras él, preguntándose cómo
demonios había conseguido huir de los profesionales que le perseguían.
Probablemente le necesitaban vivo - ¡Todor Galvech!
Sus piernas largas y su entrenamiento conferían a Dimov una
importante ventaja. Aún así no podía recorrer toda la calle abajo para darle
alcance, puesto que en cualquier momento los tiradores podían llegarse hasta la
esquina y dispararles desde allí con facilidad, dado que corrían por mitad de
la calzada y en línea recta.
- ¡Galvech, gire a la izquierda! – ordenó, pero su
perseguido no parecía tener la mínima intención de hacerle caso.
Dimov aceleró, regulando su respiración cuidadosamente.
El corazón de Todor pulsaba con fuerza contra sus sienes y
los pulmones le ardían. No podía escapar de aquella manera, no podía correr más
que el hombre armado que le iba a la zaga. Lo sabía. Su ritmo se resintió. Los
gemelos de las piernas se tensaban dolorosamente en cada zancada. Sintió cómo
se le abalanzaba sobre él y se zafó, saltando y rodando sobre el capó de un
coche al que la alarma aún le sonaba debió a la pasada explosión.
No quería morir, pero mucho menos quería que le atrapasen
con vida.
Resbaló al otro lado del coche y, con la cara enrojecida,
siguió corriendo por la estrecha acera, esquivando papeleras y farolas,
bicicletas aparcadas y bancos desocupados. Sabía que todo esto podía ocurrir, y
era precisamente por este conocimiento por lo que había preparado su vía de
escape, que había sido efectiva sólo a medias. Aquella maldita bomba había
estado a punto de matarle.
El agente Dimov continuó la carrera por la calzada,
poniéndose a su altura y adelantándole con la intención de cortarle el paso.
Fue justo en ese momento cuando la bala le golpeó en la espalda. El dolor no fue
atroz, pero sí lo suficientemente intenso como para que le hiciese caer al
suelo, sintiendo en la columna espasmos como si le recorriese electricidad por
ella.
Todor se frenó por un momento y le miró.
Le miró con confusión, ya que evidentemente parecía pensar
que él y los tiradores estaban en el mismo bando. Luego levantó la vista hacia
la furgoneta blindada que, a toda velocidad, descendía por la calle con la evidente
intención de atropellar al agente mientras le perseguían a él.
Todor miró a Dimov con lástima y, con un gesto de disculpa y
el remordimiento en la mirada, volvió a echar a correr por su vida.
Plamen Dimov deseó que fuese lo bastante rápido, no sólo
para huir de ellos, sino también para escapar de él.
Escuchando aún el sonido del motor a su espalda, rugiendo
mientras se aproximaba a él, el agente sacó la pistola. No había olvidado sus
órdenes. Apuntó hacia el hombre desde el suelo y, para facilitar el blanco,
llamó su atención.
- ¡Galvech!
Todor Galvech se dio la vuelta a tiempo de ver cómo apretaba
el gatillo.
2 comentarios:
Te he concedido un premio Liebster: http://vampirosmazmorrasyotrascosas.blogspot.com.es/
Muchas gracias Groo. Me hago eco y en cuanto las benditas fiestas de mi localidad me liberen prometo cumplimentar el debido protocolo :) Gracias!
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