Sofía 08:45 – 06:45 ZULU
Sede de la IAB
La lente de la cámara se ajustó silenciosamente. Plamen
Dimov miró en su dirección, permitiendo que reconociera sus facciones. Segundos
más tarde, un panel se deslizó desde la pared que tenía enfrente. El agente
retiró de su dedo índice la fina película que recubría la yema y lo presionó
contra el cristal traslúcido del panel. Un leve pitido y un led verde fueron
todo indicativo de que el reconocimiento había sido positivo, aunque Dimov
sabía que en realidad poco importaba; en caso error daría la misma señal, salvo
que entonces seguridad se estaría echando sobre él en cuestión de segundos.
La pared frente a sí retrocedió y se hizo a un lado para
dejarle paso.
Dimov caminó por el pasillo escuchando el mecanismo cerrarse
a su espalda, luego sólo sus pasos resonaron en el corredor. La siguiente
puerta - igualmente bien asegurada pero ya no oculta - le dio paso a una sala
amplia donde la moqueta amortiguaba el sonido de sus zapatos y los del resto de
los presentes, que iban de un lado a otro cargando papeles. Pasó con decisión
entre las filas de ordenadores, donde inclinados trabajaban “los otros
agentes”, lo que no eran de campo. Tomó un atajo hacia el despacho del director
general, atravesando la zona de descanso.
Pasar al interior del despacho le costó, como siempre, una
gota de sangre fresca. Tras apoyar el dedo en el panel junto a la puerta, la
punzada fue rápidamente cauterizada, de modo que ya no debía preocuparse por
ella cuando entró al despacho.
El lugar estaba vacío, pero a su derecha una cristalera a
media altura mostraba a un gato de unos tres meses, que maulló quedamente al
verle entrar. Dimov se aproximó al cristal y lo golpeó levemente con el dedo.
En respuesta, el animal se puso a dos patas, apoyando las delanteras en el
cristal y tratando de olisquear al extraño del otro lado.
- Yo que tú, no le tomaría cariño al minino, Dimov.
El aludido se volvió para ver a su superior, que debía haber
entrado por la puerta trasera, cuya localización era sólo conocida por éste. El
agente se planteó si la pared posterior sería giratoria o si la entrada vendría
desde el suelo.
- ¿Es del departamento de investigación? - preguntó,
dando un golpecito más al cristal y comprobando la reacción del felino.
- Así es - respondió su jefe, tomando asiento y ofreciéndole
el que tenía frente a sí, al otro lado de la mesa. Éste se alejó del cristal
aceptando la invitación.
El director tenía una mesa de madera antigua que contrastaba
con el resto del mobiliario de la oficina. Abrió uno de los cajones y le
entregó a Dimov una carpeta. El agente la abrió, descubriendo la tableta en su
interior y activándola de nuevo con un reconocimiento de su huella dactilar. El
sistema operativo de la agencia no tuvo la cortesía de darle la bienvenida,
directamente se abrió el archivo de datos que contenía la información necesaria
para su nueva tarea. Dimov deslizó el dedo por la pantalla para hacer pasar las
hojas, echándoles un rápido vistazo inicial. No es que fuera descuidado, pero
ya se había acostumbrado a la redacción de informes de la agencia y sabía dónde
mirar.
- ¿Es una misión de protección? - preguntó, tras haber
ojeado la información.
- ¿De protección? - el director pareció momentáneamente
sorprendido, pero luego lo meditó y llegó a la conclusión de que la acepción no
era enteramente errónea - En parte - concedió -, pero no por completo,
desde luego. No, llegado el momento, es preferible que muera. Sin embargo, nos
sería útil aquí, tanto él como su juguete.
- ¿Es un civil? - preguntó Dimov, pero en seguida se
posicionó en la parte del informe que hablaba de los antecedentes militares y
se respondió a sí mismo - Bueno, no del todo.
- Sabe disparar un arma, desde luego, y su técnica en
combate cuerpo a cuerpo es algo a tomar en cuenta, pero lleva mucho tiempo
dedicándose a su verdadera profesión, no creo que pueda darte ningún tipo de
problema. Aún en el caso de que quisiera dártelo.
- Le traeré a que nos conozca - aseguró Dimov.
- Que sea lo antes posible, no queremos que se nos
adelanten - luego tamborileó con los dedos sobre la superficie de la mesa
-. Y otra cosa más. Procura no llamar la atención de las autoridades locales
esta vez.
Plamen Dimov contempló el ritmo peculiar sobre la superficie
de madera y, reconociéndolo, respondió con una frase ambigua que podía
responder tanto a sus palabras como a su señal:
- Iré con cuidado - se levantó y pasó junto al gato, que
parecía haberse echado a dormir.
Probablemente sólo lo parecía.
Salió del despacho y se dirigió a la planta baja, donde pudo
acceder a su sala privada. Era pequeña, pero al menos era algo. No se quedó
allí más de lo estrictamente necesario, sólo se cambió de ropa, adecuándola al
barrio al que se dirigía: Lozenets.
Era aquel un barrio residencial, tranquilo, construido
después de la abolición del comunismo. Estaba situado a doscientos metros del South
Park y era el lugar indicado para alguien que pudiera permitírselo, un sitio
muy diferente a otros puntos de la ciudad de Sofía que se habían convertido en
auténticos guetos.
Dimov se dirigió allí en un taxi, evitando el uso del coche
que le habían asignado. Por el momento, resultaba más seguro visitar al
objetivo así. Se dirigió a la esquina de la calle y una vez allí miró en
dirección al tercer piso. Las cortinas estaban echadas, por lo que tuvo que
retroceder un paso para ocultarse tras la pared, puesto que de mirar alguien
por la ventana él no se daría cuenta. Abrió la carpeta y revisó nuevamente los
datos.
“Sexo: Varón.
Edad: 37 años
Profesión: Profesor de Física Avanzada en la Universidad San
Clemente de Ohrid.
Nombre: Todor Galchev”
El documento continuaba relatando las relaciones familiares
del objetivo. Al parecer, su esposa y un hermano mayor eran las únicas personas
cercanas que le quedaban. Se matizaba, no obstante, que no había tenido
contacto con su hermano desde hacía varios meses debido a una disputa familiar.
Dimov leyó con más atención la siguiente parte del informe.
“El artefacto puede o no encontrarse en su residencia. Es
prioritario que, si no se consigue atrapar al objetivo, se sustraiga dicho
artefacto, ya sea de su casa o de su oficina.
Es especialmente primordial que el artefacto no caiga en
manos ajenas a la agencia, aunque para ello deba ser destruido. Las órdenes a
este respecto son las mismas en lo tocante al objetivo.”
Frunció el ceño, pero no pudo pararse a pensar lo que
aquello significaba. Levantó la cabeza al escuchar el sonido de un motor
acercándose. El coche torció por la calle del objetivo y frenó una manzana por
delante, pero Dimov lo siguió con la vista y observó cómo el conductor del
vehículo, un hombre trajeado, bajaba del coche. Era un coche de tipo familiar
pero de gama alta que no desentonaba con el ambiente del barrio, como tampoco
desentonaba el hombre trajeado. No obstante, el agente tuvo el presentimiento
de que aquel hombre no estaba allí por mera casualidad. Quizás fuera que se
recolocaba las hombreras de la chaqueta continuamente, como si le molestaran o
no estuviese acostumbrado a ella; quizás fuera que los otros dos ocupantes eran
varones adultos como él y no una bonita familia, como cabía esperar; quizás
fuera la forma en la que miraron a un lado y otro de la calle, con aparente
distracción. Sin embargo, lo más probable es que lo que el agente Dimov
identificó de alguna manera fuese esa tensión de quien se siente fuera de
lugar, la misma que en la agencia le habían enseñado a sacudirse de encima para
no acabar muerto en la primera misión.
El agente dejó la carpeta en el poyete de la ventana que
tenía al lado e introdujo la mano en su chaqueta, buscando el arma de pequeño
calibre pero gran potencia que la agencia le había dado hacía ya cinco años.
En honor a sus habilidades, cabe destacar que el agente
escuchó el último paso antes de sentir el cañón bajo su oreja. Lo
suficientemente a tiempo como para no sacar el arma que ya tenía empuñada, y lo
suficientemente tarde como para no poder realizar una maniobra de evasión.
Antes si quiera de sacar la mano de la chaqueta, con o sin
arma, antes de decidir si debía soltarla y tentar a la suerte con la improbable
compasión de uno de esos asesinos o arriesgarse a confiar en su velocidad y
pericia para hacerse con la situación, la mente de Dimov, cuya línea de
pensamiento se había visto interrumpida por la llegada del coche, de pronto
pareció conectar dos conceptos que le habían pasado hasta el momento
desapercibidos, pero que daban vueltas por su cabeza esperando que él fuese
capaz de relacionarlos.
Es especialmente
primordial que el artefacto no caiga en manos ajenas a la agencia, aunque para
ello deba ser destruido.
Dimov se percató de lo que aquello significaba. Le habían
estado ocultando ciertos datos. A parte de las personas que querían a Todor
Galchev muerto por intereses puramente comerciales, había aún un tercer jugador
sobre la mesa. Los asesinos de aquel físico no permitirían que su invento
saliese a la luz, lo destruirían, pero no era eso lo que pretendía algún otro,
otro que preocupaba a sus superiores, otro que no debía hacerse con el
artefacto a precio alguno. Indudablemente había alguien más, alguien que quería
hacerse con el invento probablemente para usos similares a los que la agencia
pretendía darle.
Llevaba ya un tiempo
en la IAB y no le costaba deducir ese tipo de amenazas de los informes, pero no
tenía sentido… ¿Por qué no habían compartido con él ese dato? Es ese tipo de desinformación la que convierte
a los agentes en un blanco fácil por su ignorancia. Y ahora ahí se encontraba
él, sintiendo el cañón tibio (había sido disparado no hacía mucho) contra su
piel.
Más que oírlo, sintió el chasquido del arma cuando el
asesino la amartilló.
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