Sofía 10:35
– ZULU 8:35
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Comercial TSUM, Sofía centro
Por un momento Dimov se quedó inmóvil, observando al hombre
armado que esperaba bajo la luz. El director también le miraba, con el brazo
colgando de su costado. Al final, parecía ser que el Tumánova no había estado
tan errado.
Piotr llegó desde su espalda y no fue tan considerado.
Levanto el arma y disparó, y le hubiese volado la cabeza sin contemplaciones al
director de la agencia de no ser porque Plamen le golpeó el brazo en una acción
inconsciente. Durante cinco semanas había servido de guardaespaldas del
director y, a pesar de que nada había ocurrido y de que había sido poco tiempo,
tenía aún un arraigado instinto de protección hacia él.
El director lanzó una media sonrisa triste, sin inmutarse.
- Siempre leal a la agencia. ¿Verdad, Dimov?
Plamen no le contestó, sólo se volvió para mirarle de nuevo.
- Eso es todo lo que necesito saber –siguió el director,
como si hubiera recibido una respuesta.
Luego metió la mano en su chaqueta. Plamen reaccionó,
apuntándole con cautela, pero el director no dio muestras de darse cuenta y
sacó un sobre.
- Tienen todas tus identidades vigiladas, y también las de
tu… acompañante. Con esto podréis salir adelante, por lo menos por Europa.
Siento no haber podido traer nada más que lo esencial, los pasaportes, pero no
podía despertar sospechas.
Dimov recogió el sobre que le tendía.
- No intentes otro reingreso, las órdenes respecto a ti son
explícitas. Te he buscado un puesto en una agencia aliada, cuando las cosas se
calmen, pero no puedes volver a pisar Bulgaria.
- No puedo darle “Impulso”, señor –informó Dimov con tono
neutral-. No lo llevo encima.
- Olvida el jodido “Impulso”, Dimov, maldita sea. Líbrate de
eso en cuanto tengas oportunidad, de la forma que sea. ¿Entendido?
- Sí, señor.
- Ahora marchaos.
Plamen y Piotr salieron por el butrón que daba a la alcantarilla.
Piotr, con las gafas de visión calorífica, iba por delante. Dimov le indicaba
parar en cada lugar donde él hubiera colocado un vigía. Sólo encontraron a uno
hasta llegar al coche. Era un recién ascendido a agente de campo al que Plamen
conocía. Se libraron de él con la pistola taser.
Llegaron al coche que Piotr había llevado allí el día
anterior, a varias manzanas de distancia. Subieron ambos al vehículo, en
silencio. Dimov cogió una navaja y rajó la tapicería, de donde recuperó el
dispositivo de almacenamiento, el cual miró sin tener ni la más remota idea de
qué hacer con él.
Piotr recolocó el asiento del conductor y metió la llave en
el contacto. A pesar de sentirse aturdido, Plamen le agarró repentinamente de
la muñeca, con suficiente fuerza como para hacerle daño.
- ¿Por qué has recolocado el asiento?
Piotr le miró sin comprender por un momento. Habían cambiado
tantas veces de vehículo en los últimos días que ya estaba acostumbrado a
regular la distancia del asiento en la mayoría de las ocasiones en que se subía
a un coche. La comprensión se abrió paso en su cerebro. Apartó lentamente la
mano del contacto y se inclinó para mirar bajo el volante. El protector del
cableado había sido manipulado.
Si no se ponían en marcha en diez segundos, detonarían la bomba
por control remoto. Plamen rompió el cristal delantero, dado que los posibles
tiradores estarían situados a la espalda, y los dos salieron como alma que
lleva el diablo.
Se escucharon una serie de disparos, pero ninguno de los dos
atendió a ellos. No puede decirse lo mismo de la explosión, que les lanzó a
ambos al suelo. No se habían atrevido a usar una bomba de mayor alcance, por
las posibles explicaciones que tuvieran que dar de cara al público, y eso fue
lo que les salvó la vida. Dimov tuvo la intensa sensación de que se les estaba
acabando la suerte. El humo cubrió su escapada, lenta y confusa. Por un momento
se perdieron de vista, pero terminaron en la misma calleja. Ya no había forma
de que pasaran desapercibidos: Su ropa estaba rota, ennegrecida y ensangrentada;
sus rostros con golpes y quemaduras; de sus oídos dañados caía un hilo de sangre.
Piotr tenía una herida en el costado derecho, aunque no parecía algo de
gravedad.
No cruzaron palabra, sino que cogieron el primer vehículo a
su alcance (que para desgracia de Piotr, que las detestaba, era una
motocicleta) y se dirigieron a las afueras. Si conseguían evitar la ciudad y
las autopistas, tendrían alguna posibilidad, mínima, de salir de aquella con
vida. Pero estaban jugando más allá de su tiempo, su hora había pasado y,
aunque las casualidades habían querido que siguieran respirando, las cosas no
tardarían en normalizarse. Sabían que eran hombres muertos huyendo de su propia
sombra.
Sin embargo, por razones desconocidas, alcanzaron la carretera
comarcal del Noroeste. Eludieron cualquier paso por donde pudiera haber cámaras
de seguridad y se alejaron de la ciudad.
Un policía de servicio de carretera les dio el alto poco
después. Aunque Dimov hubiese preferido emprender una persecución, no tuvieron más
remedio que pararse: el depósito de gasolina estaba casi vacío.
El agente se acercó con aspecto desorientado, pasmado en
realidad, por el estado en que se encontraban aquellos extraños moteros. Era
joven, apenas superados los veinte. Les saludó con férrea educación, con aplomo
a pesar de todo, superado el estupor inicial. Sería tan fácil acabar con su
vida que Piotr le miró con lástima, lo que no hizo sino desconcertar más al policía.
- No llevan cascos –dijo al pararse, asentando su peso sobre
una de las piernas y señalando sus cabezas para evidenciar sus palabras.
Parecía un niño jugando a imitar a los mayores. Piotr rompió
a reír. Los cascos. Tenía gracia, de alguna forma incomprensible. Incluso Dimov
bajó la cabeza sonriendo, contagiado por el humor negro del Tumánova.
- Por favor, su documentación –dijo el joven policía, serio,
malhumorado por aquella reacción.
Piotr soltó una nueva carcajada y Dimov, pensando en el sobre
que le había dado su jefe, rio un poco también. El agente que les había
detenido frunció el ceño, pero desvió su atención al escuchar un motor a toda
potencia acercándose. Al fondo de la carretera se distinguió un coche negro y
brillante. Dimov aprovechó la distracción para inclinarse y, con toda facilidad,
quitarle el arma al policía.
Piotr estaba desmontando de la moto para acercarse al coche
policial. Dimov lo hizo con más parsimonia, cansado, sin dejar de apuntar al
policía que mantenía las manos en alto, mirándole con pánico.
- Voy a hacerte un favor –le dijo, sintiéndose comprensivo.
Disparó a la rueda de su motocicleta.
- Corre –le ordenó, señalando el bosque con un movimiento
del arma.
El policía corrió hacia allá sin pararse a mirar atrás,
temiendo que le disparasen por la espalda. Tropezó y siguió corriendo. Nadie le
disparó. Dimov subió al coche de policía. Uno de los oídos aún le pitaba por la
explosión de hacía unas horas. Piotr apretó el acelerador. Era mejor conductor
que él y lo aceptaba. Pero se estaba cansando de escapar. Les iban a atrapar,
sólo estaban retrasando el momento.
Por el acelerón, las ruedas dejaron marcas en el asfalto,
igual que en la serie de curvas cerradas que había a continuación y que Piotr
tomó con temeridad. A estas curvas siguió un tramo relativamente recto, en el
que ambos miraron el retrovisor central para ver al coche perseguidor, que se
acercaba a buena velocidad, a pesar de haber perdido tiempo en las curvas.
Notaron un pequeño bache. Al pasarlo se dieron cuenta de que
una tira metálica recorría la carretera de lado a lado.
- ¿Qué coño es eso? –preguntó Piotr.
La respuesta se hizo evidente cuando unas afiladas púas de
metal con punta de cobalto rectificado surgieron de aquella banda metálica justo cuando
sus perseguidores iban a pasar por encima. Las ruedas se pincharon y Dimov
cambió mentalmente la pregunta. ¿Quiénes eran los que habían puesto eso ahí?
Esa era la cuestión interesante. El brillante auto negro perdió el control y se
empotró contra un árbol. Cuando los vigilantes salieron de él, fueron
acribillados.
- ¿Qué cojones…? –Piotr volvió entonces la vista adelante y
piso el freno de golpe, dando un volantazo.
En un momento indeterminado, un Hammer había cortado la
carretera. Les faltó poco para empotrarse contra él, pero el giro de Piotr les
llevó a un camino de tierra entre los árboles. Evidentemente, era la intención de
aquella gente, fueran quienes fueran. Avanzaron cien metros por aquel camino de
tierra hasta llegar a un recoveco más amplio, donde había varios coches más,
cinco personas armadas con rifles al hombro y cuatro desarmadas. Una de ellas, llevaba
un maletín plateado, cogido por el asa con ambas manos. Todos parecían
tranquilos.
Piotr frenó el coche.
- Supongo que no tenemos otra que conocer a nuestros
salvadores –gruñó, desconfiado.
Verdaderamente, no tenían muchas opciones, así que Dimov se
aseguró de quitar el seguro a su arma y salió del coche. El Tumánova le siguió.
El hombre del maletín sonrió ligeramente.
- Señores, pueden guardar eso, somos hombres de negocio.
Dimov miró a los hombres armados, probablemente mercenarios,
y los señaló con un cabeceo.
- Son por seguridad –aclaró aquel hombre.
- Dudo que nuestros perseguidores muertos un kilómetro atrás
tengan de ustedes la impresión de ser simplemente hombres de negocios –ladró Piotr,
con su eterno mal humor.
- Los negocios requieren a veces, por desgracia, una dosis
de violencia –se encogió de hombros el del maletín, trajeado y peinado con una
buena cantidad de gomina-. Pero si podemos evitarla, lo preferimos. Y creo que
con ustedes podremos llegar a un acuerdo.
- ¿Qué clase de acuerdo? –preguntó Dimov, siempre centrado.
- Si no me equivoco, aunque no conozco a su elocuente
acompañante, es usted el agente Dimov. Su agencia le ha traicionado. ¿No es
así?
- Traicionado… -dijo Dimov, meditabundo, y sintió una
absurda rabia por aquel concepto, como si fuera un insulto a la IAB y ese
insulto le ofendiera.
- Van a tener complicado salir de aquí, pero nosotros
podemos proporcionarles un escape. Tenemos un avión privado preparado para
marchar a Luxemburgo y este maletín con cien mil euros para que puedan… salir
adelante.
- Cuanta generosidad –esta vez Piotr habló de otra forma, un
tono plagado de desconfianza, pero también de incertidumbre.
- A cambio de “Impulso”, supongo –siguió Dimov con la
negociación.
- Obviamente. Pero tienen suerte, porque somos los mejores
compradores –el hombre sonrió, cordial.
- ¿Por qué?
- Porque nosotros no buscamos su utilización, sino su
destrucción.
Dimov cayó entonces en la cuenta. Los mercenarios de las
asociaciones de manutención energética, aquellos a los que no interesaba la
comercialización de “Impulso”, sino que desapareciese del panorama. Aún no se
habían llegado a cruzar con ellos. Apretó la mano entorno al dispositivo de
almacenamiento, con todas las claves para el desarrollo efectivo de “Impulso”.
Había luchado tanto por él, le había costado tan caro… Pero dadas las
circunstancias era algo inútil, un lastre en realidad. Y el director le había
dicho que se deshiciese de ello cuanto antes.
- No encontraréis una oferta mejor y, como digo, a nosotros
sólo nos interesa su destrucción, lo que pase con ustedes nos es indiferente,
sus crímenes y posibles acusaciones de traición a la patria no son asunto
nuestro. Lo nuestro son los negocios –sacó un papel y se lo tendió a Dimov-.
Con este documento deben dirigirse a la pista de despegue y aterrizaje que hay
junto al dique, a veinte kilómetros de aquí.
Dimov cogió el papel y lo hojeó. No tenía identificaciones,
pero sí el número de piloto y unas órdenes específicas. Un viaje de ida que
finalizaría en Luxemburgo. Miró a Piotr, que se encogió de hombros. Él era el
que se encargaba de tomar las decisiones, en él recaía la responsabilidad, y él
tenía “Impulsto”. Dimov se sintió mal mientras guardaba su arma y sacaba el
dispositivo de almacenamiento. Lo sopesó en su mano. Antes de arrepentirse, con
brusquedad, intercambio el maletín por el dispositivo.
- Estupendo. Todo arreglado, entonces. Tienen cinco horas
para llegar al lugar, no tengan prisa. Buena suerte con su nueva vida –dijo el
sonriente hombre trajeado.
Piotr y Dimov se miraron. Piotr suspiró con cierto alivio
pero Dimov sintió que había fracasado.
Sólo les dio tiempo a volverse hacia el coche. De inmediato
una bala atravesó la cabeza de Plamen Dimov y, antes de que se diera cuenta de
lo ocurrido, otra se clavó en la nuca de Piotr Tumanova. Los cuerpos sonaron al
caer a plomo al suelo. Con el arma aún humeante en una de sus manos, Blagoy
sopesó el dispositivo de almacenamiento en la otra.
- Pobres gilipollas.
Volvió a su coche y posó una mano en el muslo de Filipa.
Tenía grandes planes para “Impulso”.
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