domingo, 2 de diciembre de 2012

Operación Impulso (20)



Sofía 12:45 – 10:45 ZULU
Afueras de Sofía.

No hubo tiempo para las despedidas. Ni siquiera pudieron recoger el cuerpo, simplemente Dimov arrastró a Galveh al interior de la furgoneta y salieron disparados de allí. Tuvieron que meterse con el todoterreno en zona boscosa para poder perder a los helicópteros, pero por suerte los alrededores de Sofía son casi todo bosque. Una vez libres de esos moscones, continuaron avanzando y cambiando de dirección durante todo el día. En una granja encontraron una camioneta abandonada que Piotr consiguió poner en marcha. Cambiaron de vehículo tres veces más y aún recorrieron muchos kilómetros antes de sentirse lo suficientemente seguros como para pararse a descansar.

En todo aquel tiempo, Galvech no dijo ni una sola palabra.

Dimov y Piotr devoraron las poco alimenticias bolsas de la maquina expendedora, situada a pocos pasos de la habitación que habían alquilado en un motel poco aconsejable para las buenas gentes. Luego el único Tumánova que quedaba salió fuera a vigilar, como por mutuo y silencioso acuerdo con el agente proscrito de la IAB, que se quedó con Galvech para interrogarle.

No fue necesario hacer uso de la fuerza. No se requirió siquiera un tono brusco o una insistencia apabullante. Galvech se sentó frente a él, le miró, y le dio el resto de la contraseña sin un titubeo, sin un pero, sin una queja.

- ¿Es todo lo que queríais de mí, no es cierto? –fue todo lo que añadió.

Parecía haber olvidado sus férreos principios y sus razones morales para mantener el secreto. Quizás estaba demasiado cansado para recordar esas cuestiones. Tal vez era consciente de que, simplemente, la derrota era ineludible.

Dimov logró sin demasiada resistencia que recogiera los datos de internet, los borrase de la nube y los dejara exclusivamente en su dispositivo de almacenamiento. Después de eso, nada. Se quedó mirando el teclado sin verlo, ausente, y luego se levantó arrastrando la silla.

- Voy a tomar el aire –dijo.

- Puede ser peligroso –apuntó Dimov.

Como si no le hubiera escuchado, Galvech fue hasta la puerta y salió por ella. Por alguna razón, Plamen pensó que debía sentir lástima de él, aunque no la sintió.

El prematuramente viudo científico bajó las escaleras y empujó las puertas que conducían a la calle como si fueran un obstáculo que requiriera de una fuerza considerable. Se sentía agotado. Y vacío.

Si Piotr hubiese estado vigilando en ese momento, le hubiese visto salir, y la curiosidad le hubiese empujado a seguirle. Pero Piotr Tumánova no estaba vigilando, se había desplazado hasta la entrada del motel para hacerse con una botella de Vodka.

Así que Todor Galvech siguió caminando sin dirección y, como todo a su alrededor era bosque, llegó a los árboles. Continuó luego avanzando durante unos veinte minutos, sorteando los troncos y permitiendo que las ramas arañasen su cara. Sus zapatillas tentaban a la suerte, porque las suelas no eran apropiadas para ese terreno. Todor terminó resbalando, se torció el tobillo y cayó al suelo.

Las hojas amortiguaron el golpe, aún húmedas de las pasadas lluvias. Ellas no dejaban que la tierra irregular, lecho del bosque, se secara. Todor se miró el tobillo con una mueca mal pintada en la cara. Sabía que pronto empezaría a hincharse. Las punzadas de dolor no tardaron en llegar, empujando las lágrimas que Galvech había estado reteniendo desde la mañana. Sollozó, lloró, llamó a su esposa y renegó de Dios en una malgama de blasfemias y súplicas disparatada.

Se calmó de pronto, sin embargo, sin razón aparente, y miró alrededor. El bosque estaba silencioso y tranquilo, absurdamente bien iluminado por una luna llena rebosante de luz. Era una vista hermosa, impropia de presentarse en un día tan desgraciado como aquel. Y sin embargo, rompiendo el encanto del lugar, el cadáver de un zorro colgaba de la rama de un árbol. Por una trampa, presumió Galvech, o tal vez por un divertimento de adolescentes aburridos.

Así era la humanidad, cuanto tocaba lo destruía.

Aquella visión fue suficiente para darle las fuerzas que necesitaba. Tomó la decisión y no lo dudó ni un solo momento. No dudó en levantarse, aunque el dolor le hiciese avanzar con lentitud; no dudó al acercarse, aunque el olor a animal muerto le hiciese cubrirse la nariz con la manga de su abrigo; no dudó en descolgar al pobre bicho, que cayó a tierra con un sonido hueco y sordo, como todo lo muerto; no dudó al comprobar la resistencia de la cuerda ni al hacer un nuevo nudo corredizo; ni siquiera dudó al subir a la piedra más cercana y ponerse la soga al cuello. El único momento de duda vino después, cuando tuvo que saltar. Pero no duró mucho, porque su pie maltrecho resbaló. Aprovechó el poco aplomo del que disponía para mover de un puntapié la piedra que le había servido de apoyo. Luego se arrepintió y se debatió.

Sus movimientos bruscos primero, y su peso después, hicieron que la rama se partiese. Pero para entonces Todor Galvech ya estaba muerto.


Dimov miró su pequeño dispositivo de almacenamiento en la mano. Piotr le había traído las buenas nuevas hacía poco. Se alegró de que ese estorbo se hubiera suicidado, porque así no tendría que hacerlo por su propia mano. A pesar de todo, incluido el tiempo que llevaba haciéndolo, no le gustaba matar.

Piotr tampoco se había tomado a malas la noticia. Después de todo, Galvech era un lastre, un cabo suelto, y si él mismo había decidido acabar con su propia vida… Bueno, hubiera preferido que no tuviese motivos para hacerlo, pero como eso no tenía solución respetaba la decisión que había tomado y que tan bien les venía a él y a su obligado compañero.

- ¿Qué toca hacer ahora, “jefe”? –dijo el Tumánova, con aire burlón, antes de dar el noveno tiento a su ya mediada botella de Vodka.

- Ahora toca negociar –respondió Dimov.

- ¿Con la IAB? ¿Crees que cederán? –se notaba la incredulidad en su voz-. Los vigilantes no permitirán ni que hablen con nosotros.

- Tengo una línea segura con alguien que tal vez nos ayude- contestó el agente, perdido en sus recuerdos.

- ¿Y quién es ese alguien? A quien quiera que metas en esto le pringarás de mierda hasta el cuello.

- Tiene una gran reputación. Y poder para ayudarnos.

- No jodas que vas a acudir a tu jefe. ¿Nunca has visto películas de espías? El jefe siempre está implicado y tiende una trampa a su mejor pupilo. ¿Es esa tu historia? No me gusta cómo pinta el final, amigo.

- ¿Tienes más ideas?

Ante su silencio enturbiado, Dimov cogió el teléfono y marcó el número, procurando desechar sus razonables sospechas de que todo esto solo podía acabar mal.


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