Sofía 12:45
– 10:45 ZULU
Afueras de
Sofía.
No hubo tiempo para las despedidas. Ni siquiera pudieron
recoger el cuerpo, simplemente Dimov arrastró a Galveh al interior de la
furgoneta y salieron disparados de allí. Tuvieron que meterse con el
todoterreno en zona boscosa para poder perder a los helicópteros, pero por
suerte los alrededores de Sofía son casi todo bosque. Una vez libres de esos
moscones, continuaron avanzando y cambiando de dirección durante todo el día.
En una granja encontraron una camioneta abandonada que Piotr consiguió poner en
marcha. Cambiaron de vehículo tres veces más y aún recorrieron muchos
kilómetros antes de sentirse lo suficientemente seguros como para pararse a
descansar.
En todo aquel tiempo, Galvech no dijo ni una sola palabra.
Dimov y Piotr devoraron las poco alimenticias bolsas de la
maquina expendedora, situada a pocos pasos de la habitación que habían
alquilado en un motel poco aconsejable para las buenas gentes. Luego el único
Tumánova que quedaba salió fuera a vigilar, como por mutuo y silencioso acuerdo
con el agente proscrito de la IAB, que se quedó con Galvech para interrogarle.
No fue necesario hacer uso de la fuerza. No se requirió
siquiera un tono brusco o una insistencia apabullante. Galvech se sentó frente
a él, le miró, y le dio el resto de la contraseña sin un titubeo, sin un
pero, sin una queja.
- ¿Es todo lo que queríais de mí, no es cierto? –fue todo lo
que añadió.
Parecía haber olvidado sus férreos principios y sus razones
morales para mantener el secreto. Quizás estaba demasiado cansado para recordar
esas cuestiones. Tal vez era consciente de que, simplemente, la derrota era
ineludible.
Dimov logró sin demasiada resistencia que recogiera los
datos de internet, los borrase de la nube y los dejara exclusivamente en su
dispositivo de almacenamiento. Después de eso, nada. Se quedó mirando el
teclado sin verlo, ausente, y luego se levantó arrastrando la silla.
- Voy a tomar el aire –dijo.
- Puede ser peligroso –apuntó Dimov.
Como si no le hubiera escuchado, Galvech fue hasta la puerta
y salió por ella. Por alguna razón, Plamen pensó que debía sentir lástima de
él, aunque no la sintió.
El prematuramente viudo científico bajó las escaleras y
empujó las puertas que conducían a la calle como si fueran un obstáculo que
requiriera de una fuerza considerable. Se sentía agotado. Y vacío.
Si Piotr hubiese estado vigilando en ese momento, le hubiese
visto salir, y la curiosidad le hubiese empujado a seguirle. Pero Piotr
Tumánova no estaba vigilando, se había desplazado hasta la entrada del motel
para hacerse con una botella de Vodka.
Así que Todor Galvech siguió caminando sin dirección y, como
todo a su alrededor era bosque, llegó a los árboles. Continuó luego avanzando
durante unos veinte minutos, sorteando los troncos y permitiendo
que las ramas arañasen su cara. Sus zapatillas tentaban a la suerte, porque las
suelas no eran apropiadas para ese terreno. Todor terminó resbalando, se torció
el tobillo y cayó al suelo.
Las hojas amortiguaron el golpe, aún húmedas de las pasadas
lluvias. Ellas no dejaban que la tierra irregular, lecho del bosque, se secara.
Todor se miró el tobillo con una mueca mal pintada en la cara. Sabía que pronto
empezaría a hincharse. Las punzadas de dolor no tardaron en llegar, empujando
las lágrimas que Galvech había estado reteniendo desde la mañana. Sollozó,
lloró, llamó a su esposa y renegó de Dios en una malgama de blasfemias y
súplicas disparatada.
Se calmó de pronto, sin embargo, sin razón aparente, y miró
alrededor. El bosque estaba silencioso y tranquilo, absurdamente bien iluminado
por una luna llena rebosante de luz. Era una vista hermosa, impropia de
presentarse en un día tan desgraciado como aquel. Y sin embargo, rompiendo el
encanto del lugar, el cadáver de un zorro colgaba de la rama de un árbol. Por
una trampa, presumió Galvech, o tal vez por un divertimento de adolescentes
aburridos.
Así era la humanidad, cuanto tocaba lo destruía.
Aquella visión fue suficiente para darle las fuerzas que
necesitaba. Tomó la decisión y no lo dudó ni un solo momento. No dudó en
levantarse, aunque el dolor le hiciese avanzar con lentitud; no dudó al
acercarse, aunque el olor a animal muerto le hiciese cubrirse la nariz con la
manga de su abrigo; no dudó en descolgar al pobre bicho, que cayó a tierra con
un sonido hueco y sordo, como todo lo muerto; no dudó al comprobar la
resistencia de la cuerda ni al hacer un nuevo nudo corredizo; ni siquiera dudó
al subir a la piedra más cercana y ponerse la soga al cuello. El único momento
de duda vino después, cuando tuvo que saltar. Pero no duró mucho, porque su pie
maltrecho resbaló. Aprovechó el poco aplomo del que disponía para mover de un puntapié
la piedra que le había servido de apoyo. Luego se arrepintió y se debatió.
Sus movimientos bruscos primero, y su peso después, hicieron
que la rama se partiese. Pero para entonces Todor Galvech ya estaba muerto.
Dimov miró su pequeño dispositivo de almacenamiento en la
mano. Piotr le había traído las buenas nuevas hacía poco. Se alegró de que ese
estorbo se hubiera suicidado, porque así no tendría que hacerlo por su propia
mano. A pesar de todo, incluido el tiempo que llevaba haciéndolo, no le gustaba
matar.
Piotr tampoco se había tomado a malas la noticia. Después de
todo, Galvech era un lastre, un cabo suelto, y si él mismo había decidido
acabar con su propia vida… Bueno, hubiera preferido que no tuviese motivos para
hacerlo, pero como eso no tenía solución respetaba la decisión que había
tomado y que tan bien les venía a él y a su obligado compañero.
- ¿Qué toca hacer ahora, “jefe”? –dijo el Tumánova, con aire
burlón, antes de dar el noveno tiento a su ya mediada botella de Vodka.
- Ahora toca negociar –respondió Dimov.
- ¿Con la IAB? ¿Crees que cederán? –se notaba la
incredulidad en su voz-. Los vigilantes no permitirán ni que hablen con nosotros.
- Tengo una línea segura con alguien que tal vez nos ayude-
contestó el agente, perdido en sus recuerdos.
- ¿Y quién es ese alguien? A quien quiera que metas en esto
le pringarás de mierda hasta el cuello.
- Tiene una gran reputación. Y poder para ayudarnos.
- No jodas que vas a acudir a tu jefe. ¿Nunca has visto
películas de espías? El jefe siempre está implicado y tiende una trampa a su
mejor pupilo. ¿Es esa tu historia? No me gusta cómo pinta el final, amigo.
- ¿Tienes más ideas?
Ante su silencio enturbiado, Dimov cogió el teléfono y marcó
el número, procurando desechar sus razonables sospechas de que todo esto solo
podía acabar mal.
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