Sofía 22:18 – 20:18 ZULU
Parking del Hospital Vita, Sofía
Sentía la cabeza embotada, pero no podía permitirse el lujo
de tomarse un instante para despejarse. El Vigilante estaba allí, apoyado en la
barandilla, apuntando. Giró de nuevo, hacia el otro lado. El costado le ardía
de dolor. Y el hombro. Pero siguió rodando. Escuchó los disparos contra la
chapa, amortiguados por el colchón. Alguien soltó una maldición desde el
interior de la furgoneta. Las balas la habían atravesado.
Antes de sentir el impulso, Plamen se agarró a los hierros
de la baca. La furgoneta salió quemando rueda, haciendo que el agente quedase
colgado en un lateral, con el brazo que aún conservaba sano retorcido; el otro
le había fallado y había soltado el agarre.
El Vigilante soltó una maldición y corrió escaleras abajo,
hablando por el micrófono en su chaqueta.
- Furgoneta gris mate saliendo del Hospital Vita en
dirección Oeste. Paradla, y Rus, tenme el coche en la puerta en doce segundos.
La furgoneta se perdía en la distancia. Era difícil que no
llamase la atención. Lo primero que se veía era el colchón que seguía
escupiendo al aire trozos de tela, girado, atascado en la baca. El hombre,
también asido a los hierros sobre el techo y colgando como un pelele de uno de
los laterales no es que fuese menos llamativo.
- Para el coche, Piotr, que se nos mata – dijo Yev.
- Los cojones, esos ya están detrás. Abre la puerta y métele.
- ¡Nos vamos a matar los dos! – protestó Yev, abriendo la
ventanilla y mirando atrás.
- No quiero interrumpir, pero no tengo todo el día, señores
– dijo Plamen con esfuerzo. No aguantaría un minuto más con el bamboleo, no con
esas heridas.
- Ni siquiera ves una mierda, Piotr – puntualizó Yev, pero
abrió la puerta a la oscura velocidad.
Los faros y el resto de las luces estaban blindados para
evitar los friecoches. El avance del vehículo, grande, en la oscuridad y con
todos los elementos antes mencionados, era de lo más indeseablemente llamativo.
Yevgeni sostuvo con una pierna la puerta, que se cerraba por
la fuerza del aire provocado por la velocidad. Plamen no esperó una invitación,
se balanceó en espera de un giro oportuno y, en cuento le fue posible, se
agarró a la puerta con los tobillos, entrelazando los pies.
- Cógeme ahora, Tumánova, por la espalda.
- ¿Qué?
Pero no le dio tiempo a preguntar, Plamen se soltó y Yev
logró agarrarle del brazo. El otro, que no podía mover, se arrastró por la
carretera, quemándole la piel. Al menos seguía vivo y logró introducirse en la
furgoneta.
- Sangras mucho. Joder, Piotr, está sangrando como un puto
cerdo – dijo Yevgueni, entre asqueado y preocupado, no por el agente sino por
el marrón que les caería si tenían que enfrentarse solos a lo que habían hecho.
- Estoy bien, o lo estaré en un rato –dijo con calma Dimov.
- Atrás tengo unas toallas – dijo Piotr, alternando la vista
entre Plamen y la carretera.
El agente no se molestó en responder; pasó por entre los
asientos delanteros a la zona de carga, donde Todor Galvech yacía inerte. Antes
de comprobar su estado, sacó de su zapato uno de los utensilios más útiles,
para su gusto, que le habían entregado en la agencia. El aparato era bastante
simple. Miró el balazo y calculó su calibre. Cogió el cabezal adecuado y lo
enganchó a la vara alargadora. Introdujo el cabezal en la herida y empujó,
esperando encontrar la oposición de la bala en algún momento. Pero no estaba.
Le había atravesado de parte a parte. Un trozo de su pulmón derecho se había
perforado. No era una herida demasiado grande, pero sí lo suficiente como para
terminar ahogándole en su propia sangre en cuestión de quince minutos.
Encajó la caja del aparato en el extremo sobresaliente de la
vara y cambió la posición de “imán” a “cauterizar”. Con sorprendente rapidez,
el cabezal adquirió el calor necesario. Soportando un dolor desquiciante,
Plamen lo desplazó centímetro a centímetro, sacándolo de su interior despacio,
dejando tiempo para quemar la longitud
de la herida provocadoa por el recorrido de la bala. Cuando logró sacar el
cabezal del todo, lo miró con ojos desenfocados y perdió el conocimiento.
- ¡Dimov! ¡Dimov! – le llamó Yevgueni, volviéndose en el
asiento para mirarle -. Cerdo de mierda, contesta. Joder… Joder, Piotr, creo
que ha palmado. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Justo en el momento en que hizo esa pregunta, cinco coches
idénticos salieron de la calle que estaban a punto de atravesar, cortándoles el
paso. Piotr demostró una maestría envidiable al volante cuando giró en redondo,
levantando dos de las ruedas, evitando el choque por un par de metros.
Dimov y Galvech se estamparon como sacos contra el costado
de la furgoneta.
- ¡Acelera! ¡Acelera! ¡Acelera! ¡Acelera! – gritó Yevgueni,
menos impresionado que su hermano.
Piotr pisó hondo antes de que los ocupantes de los coches
comenzasen a disparar. Por algún milagro, no alcanzaron las ruedas. El Tumanova
no torció en ninguna de las calles con las que se cruzaba, sino que puso al
máximo de potencia al vehículo dispuesto a llegar al próximo puente a la máxima
velocidad.
Las calles estaban casi desiertas en esos momentos, y Piotr
avanzaba por el centro de la calzada. Los pocos coches que encontraban se
apartaban apresuradamente de su camino cuando hacía sonar el claxon. Mientras,
Yevgueni se dedicó a atar a los inconscientes ocupantes de la parte trasera
como fardos para que no fueran bamboleándose de un lado a otro con los volantazos.
- ¿Dónde vamos, tío? – preguntó Yev nervioso, pero aún
manteniendo la calma, mientras volvía al asiento del copiloto.
- Yo qué sé dónde coño vamos, Yev, cállate –miró por el
retrovisor, cerciorándose de que los cinco coches que le habían cortado el paso
trataban de darle alcance.
Entonces lo vio, frente a sí, aún a bastante distancia, un
coche igual a los otros, lacrado en negro que refulgía a la luz macilenta de
las farolas. Venía por la mitad de los cuatro carriles, igual que él. También a
buena velocidad. Piotr apretó el volante. Su vehículo era más pesado, pero era
muy posible que el que se le venía encima estuviera blindado.
- Ponte el cinturón, Yev – dijo Piotr, apretando un punto
más el acelerador.
Su hermano miró hacia el coche con el rostro lívido, pero
obedeció. Los dos vehículos seguían acercándose el uno a otro a más que
peligrosa velocidad, y ninguno de los conductores parecía dispuesto a variar el
rumbo lo más mínimo para evitar el choque.
- Vamos, hijo de puta – murmuró entre dientes Piotr -.
Seguro que no te pagan lo suficiente para aguantar eso.
Se equivocaba. Los Vigilantes cobraban un sueldo más que
considerable, pero eso no era lo que empujaba a su capitán, ocupante del coche.
En su caso era una cuestión que iba más allá de la lógica, una lealtad ciega a
la agencia, mezclada con un desprecio por los agentes ineptos.
- Señor… - dijo Rus, el subordinado que viajaba en el
asiento del acompañante, con voz dubitativa.
Su jefe no le contestó, estaba concentrado. Ya sólo quedaban
unos segundos para el impacto.
- Ostia puta, hermano… - dijo a su vez Yevgueni en la
furgoneta.
Los coches siguieron acercándose. Doscientos metros. El
vigilante aceleró más. Cien. Piotr Tumánova lanzó una sonrisa fuera de lugar.
Cincuenta. Ya podían verse las caras. Veinte. Diez.
El fogonazo le cogió completamente desprevenido. El
vigilante había puesto las largas justo antes del impacto. Piotr perdió el
autocontrol, se llevó una mano a los ojos, giró el volante. El impacto no fue
el esperado, si es que había llegado a esperar algo. Los coches chocaron sus
morros de forma angulada y, como en una danza, tras besarse así giraron en
curiosa armonía, estridente y grotesca, pero pareja, utilizando como eje el
punto en el que se tocaban. Luego salieron despedidos cada uno para un lado,
ambos dando vueltas sobre sí mismos, amenazando con chocar contra cualquier
cosa. Los automóviles estaban fuera de control.
El peso de la furgoneta fue lo único que hizo que aquel
baile de giros se desnivelara. Mientras el coche del vigilante sólo terminó su
avance al chocar de costado contra un auto aparcado, la furgoneta frenó antes,
quedando a un lado de la calzada, relativamente intacta, pero en sentido
contrario al deseado. Los cinco persecutores se acercaban en sus coches negros
como cucarachas y el vigilante estaba luchando por salir del coche. Las miradas
de ambos conductores establecieron un breve contacto antes de que Piotr pisase
el acelerador marcha atrás.
No avanzaban así con la bastante rapidez como para dejar
atrás a los que intentaban darles caza, por lo que Piotr tuvo que dar un brusco
giro en seco para quedar de nuevo enfrentado a la despejada calzada en la
dirección que le convenía.
- Me cago en Dios, hermano, tienes futuro de conductor –dijo
Yevgueni, a punto de vomitar.
- Estos gilipollas no saben que en conducción temeraria soy
el amo de la carretera, dentro y fuera de la agencia. Agárrate, Yev, vamos a
dares una lección.
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