El 23 de septiembre de 1954, la policía de Glasgow fue alertada por los vecinos de un disturbio en la Necrópolis del Sur, un enorme cementerio situado en el distrito de Gorbals, una de las zonas más pobres de la ciudad. Los agentes, que esperaban tener que lidiar con una pandilla de vándalos, no estaban preparados para lo que se encontraron: una algarada de cientos de niños, armados con cuchillos, hachas, crucifijos y estacas afiladas. Muchos incluso habían llevado a sus perros.
En un primer momento, a los vecinos no les pareció algo alarmante. Acostumbrados a vivir en una zona industrial con una densidad de población que superaba con creces la media nacional, era habitual que los críos se reunieran para jugar en el cementerio. Pero en cuanto el griterío descontrolado hizo imposible mantener una conversación en el interior de sus casas, levantaron el teléfono para informar a la policía. A su llegada, observaron con asombro a los chavales que correteaban entre las lápidas, se ocultaban detrás de los árboles y merodeaban los mausoleos. No parecían estar jugando, era como si buscaran algo. O a alguien.
«Todo empezó en el patio del recreo: decían que un vampiro rondaba el cementerio e iban a ir a por él después de clase -recuerda Ronnie Sanderson, que contaba ocho años de edad por aquel entonces- Nos sentamos a esperar durante horas frente a la tapia del cementerio, sin atrevernos a entrar porque estábamos muertos de miedo». No era para menos. Los rumores hablaban de un temible chupasangre de más de dos metros y dientes de hierro que se había cobrado un par de víctimas entre los niños del barrio.
Hoy en día el cementerio presenta un aspecto muy distinto al de entonces y es frecuentado por familias y turistas que acuden al atardecer para disfrutar desde la colina de una panorámica única de Glasgow. Pero, por aquel entonces, el escenario parecía sacado de una película de terror gótico: un lugar sucio, semi ruinoso y envuelto en una densa capa de humo y azufre vomitada por las chimeneas de las fábricas colindantes. «Entonces alguien creyó ver algo y se puso a gritar: “¡Ahí está el vampiro!” -continúa Sanderson- Solo recuerdo correr a casa con mi madre: '“Qué te pasa?”, me dijo. “¡He visto un vampiro!”. Me pegó una colleja por decir tonterías. Ni siquiera sabía lo que significaba aquella palabra».
La atmósfera no pudo ser más propicia para desatar la histeria colectiva, y la intervención policial no bastó para persuadir a los niños de que abandonaran su búsqueda. Solo se dispersaron cuando empezó a llover y sus padres se personaron para que sus hijos dejaran de hacer el ridículo. Aunque las autoridades desmintieron la desaparición de las supuestas víctimas, los jóvenes cazavampiros acordaron regresar en secreto la noche siguiente, aunque en menor número. Pero a medida que pasaban los días y el interés de los niños por el monstruo disminuía, la sombra del Vampiro de Gorbals comenzó a cernirse sobre los adultos.
En un primer momento, a los vecinos no les pareció algo alarmante. Acostumbrados a vivir en una zona industrial con una densidad de población que superaba con creces la media nacional, era habitual que los críos se reunieran para jugar en el cementerio. Pero en cuanto el griterío descontrolado hizo imposible mantener una conversación en el interior de sus casas, levantaron el teléfono para informar a la policía. A su llegada, observaron con asombro a los chavales que correteaban entre las lápidas, se ocultaban detrás de los árboles y merodeaban los mausoleos. No parecían estar jugando, era como si buscaran algo. O a alguien.
«Todo empezó en el patio del recreo: decían que un vampiro rondaba el cementerio e iban a ir a por él después de clase -recuerda Ronnie Sanderson, que contaba ocho años de edad por aquel entonces- Nos sentamos a esperar durante horas frente a la tapia del cementerio, sin atrevernos a entrar porque estábamos muertos de miedo». No era para menos. Los rumores hablaban de un temible chupasangre de más de dos metros y dientes de hierro que se había cobrado un par de víctimas entre los niños del barrio.
Hoy en día el cementerio presenta un aspecto muy distinto al de entonces y es frecuentado por familias y turistas que acuden al atardecer para disfrutar desde la colina de una panorámica única de Glasgow. Pero, por aquel entonces, el escenario parecía sacado de una película de terror gótico: un lugar sucio, semi ruinoso y envuelto en una densa capa de humo y azufre vomitada por las chimeneas de las fábricas colindantes. «Entonces alguien creyó ver algo y se puso a gritar: “¡Ahí está el vampiro!” -continúa Sanderson- Solo recuerdo correr a casa con mi madre: '“Qué te pasa?”, me dijo. “¡He visto un vampiro!”. Me pegó una colleja por decir tonterías. Ni siquiera sabía lo que significaba aquella palabra».
La atmósfera no pudo ser más propicia para desatar la histeria colectiva, y la intervención policial no bastó para persuadir a los niños de que abandonaran su búsqueda. Solo se dispersaron cuando empezó a llover y sus padres se personaron para que sus hijos dejaran de hacer el ridículo. Aunque las autoridades desmintieron la desaparición de las supuestas víctimas, los jóvenes cazavampiros acordaron regresar en secreto la noche siguiente, aunque en menor número. Pero a medida que pasaban los días y el interés de los niños por el monstruo disminuía, la sombra del Vampiro de Gorbals comenzó a cernirse sobre los adultos.
Fuente: David Bizarro
No hay comentarios:
Publicar un comentario